DE LA MINA A LOS SOTOS
El anciano que sana castaños centenarios
A sus 94 años, Teófilo Morán Incógnito, antiguo pastor, mecánico y minero de Gaiztarro, ha recuperado una treintena de árboles en el suroeste del Bierzo
Le pusieron Incógnito de segundo apellido porque era «hijo de moza soltera». Fue pastor de ovejas y cabras de niño. Presenció un asesinato a bocajarro cuando tenía diez años y la guerra aún latía en los montes de Carucedo. Aprendió a leer y a escribir en el servicio militar. Reparó las vías del tren minero a Villablino durante una década y luego dedicó treinta años a picar carbón en Antracitas de Gaiztarro. Casado en Matarrosa del Sil, tuvo tres hijos y perdió uno. «Eso te mata», dice. Y es ahora que se acerca a los cien años cuando Teófilo Morán Incógnito, el anciano que sana castaños centenarios, se ha embarcado en la aventura más romántica de su vida; recuperar los sotos que heredó de un medio hermano en la aldea de El Carril, en el suroeste del Bierzo.
Morán, que se defiende bien con un bastón a sus 94 años y tiene buena memoria, ha recuperado desde 2016 una treintena larga de castaños viejos, algunos de tronco muy grueso y más de trescientos años de vida. Y lo ha hecho ayudado por su hijo Jorge y, cuando ha sido necesario, de un ‘injertador’. Después de enseñar, orgulloso, los árboles espléndidos en los parajes de Barbeito y Las Cuevas de la Raposa, donde llevaban décadas abandonados a su suerte; después de mostrar también los castaños jóvenes recién plantados y protegidos de los corzos por una malla de alambre y una ‘cerca’ de ramas, casi le susurra al oído al periodista la letra de una copla que ha compuesto y que se sabe de memoria; «Qué buena vida la del pastor/ si en invierno hiciera sol,/ si las fuentes manaran vino,/ los robles fueran tocino/ y las piedras pan de trigo./ Qué buena la vida del pastor».
Teófilo se coloca para la foto junto a uno de los castaños más viejos. Mira la hierba que crece desordenada alrededor de las raíces y dice: «esto es nutrición y frescura». La hierba, añade entonces Jorge Morán, a su lado, «enriquece el suelo» en esta época. Ya habrá tiempo de segarla para la recogida del fruto. Y deja claro Jorge que la recuperación de los castaños centenarios que ha emprendido su padre no tiene un fin económico. Las castañas que recogen no compensan el esfuerzo y la inversión . «No lo hacemos por dinero, esto es algo romántico», explica mientras cambiamos de soto.
Y los dos, padre e hijo, que viajan desde Ponferrada para cuidar de los árboles, enseñan ahora la malla que protege a uno de los castaños recién plantados para evitar que los corzos se coman las hojas o froten los cuernos contra el tronco. Hemos llegado al paraje de Las Cuevas de la Raposa, donde los zorros hacen agujeros en el suelo para cazar ratones de campo, y ladera abajo emergen las casas de El Carril; un pueblo donde en otro tiempo los colchones eran de hojas de maíz porque ese era uno de los cultivos más extendidos.
«Yo nací en Las Médulas y vine aquí de niño a cuidar las ovejas de este pueblo», relata Teófilo mientras enseña las huellas de un jabalí, tres setas que ya han crecido en una zona sombreada, un roble hermoso, una encina gigantesca «que no tiene nada que envidiar a la de Toral», y castaños, decenas de castaños de tronco grueso y ramas vigorosas. En El Carril, a los diez años, relata por lo bajo, presenció el asesinato del hombre para el que trabajaba de pastor, en el verano de 1939, acabada la cena y con los rescoldos de la guerra aún vivos. «Le dieron un fogonazo en las tripas y ahí quedó tirado».
Teófilo cuenta historias de maquis, como les llama, apostados en el pueblo de Las Médulas. Y habla del hambre que se pasaba en aquellos años. «Yo me crié en la miseria porque la vida en los pueblos era muy dura».
La mili la hizo en 1951 y fue en la Brigada 14 de ingenieros en Salamanca donde le enseñaron a leer y a escribir. Apenas fue a la escuela de Doña Inés en Las Médulas. A su vuelta de Salamanca, fabricó obleas y entró en la brigada de mantenimiento del tren de la Minero Siderúrgica de Ponferrada. Hasta 1959 reparó las vías del ferrocarril.
—¿Qué le parece lo del tren turístico, ahora que van a invertir cuatro millones de euros ?
«El tren turístico ya lo vi yo. Era el Especial que subía los domingos de Ponferrada a Villablino y llevaba a las familias con la merienda», responde.
Y después llegó la mina. Tres décadas sacando carbón, sobre todo en Antracitas de Gaiztarro. «No me gustaba pagar a lo fiado. En las cuencas mineras se estiraba la libreta, pero siempre aparecía alguna cosa más en la libreta del comerciante que en la tuya», afirma. Y con la mina, llegó su boda con Eloína Fernández, que ya tiene 85 años, llegaron los hijos, la muerte de uno de ellos. «Eso te mata, te mata», murmura.
Y llegó la jubilación. La herencia de su medio hermano Atanasio Bello. Los castaños centenarios. A sus 94 años, sabe lo que hay que hacerle al árbol para que sane, para que vuelva a crecer robusto, sin ramas que le estorben. Y no lo hace por dinero, no. «El dinero —asegura— teniendo lo suficiente para vivir no vale mucho, lo que más vale es la honradez». Lo dice Teófilo Morán Incógnito, «hijo de moza soltera» que vino al mundo en Las Médulas. Y qué buena la vida del pastor si no hiciera frío en invierno.