Del taxi amarillo a los nichos del carbón: Asier Vera saca los colores a los muros del Bierzo
El artista que recupera espacios degradados lleva una década cambiando la imagen de Ponferrada Su última obra es una alegoría del final de la vida dentro del cementerio de Santa Marina de Torre
Un vistoso taxi amarillo como los que circulan por Nueva York. El majestuoso puente de Brooklyn visto desde la isla de Manhattan. Y la efigie inconfundible de la Estatua de la Libertad iluminando al mundo. El primer mural que Asier Vera pintó en Ponferrada hace una década rescató un rincón de la calle San Fructuoso que olía a orines, semiescondido por un transformador, y sustituyó las pintadas de penes y pechos, los mensajes soeces y la sucesión de firmas sin ningún valor, por una estampa que sirvió al artista vasco como carta de presentación en la ciudad.
El mural de Nueva York sigue ahí, y su ejemplo de recuperación de un espacio urbano degradado gracias al arte del grafitti ha prendido en Ponferrada hasta el punto de que Vera ha dibujado otros dos murales en la misma calle, contratado por los vecinos, y ha acabado recibiendo encargos del Ayuntamiento y otras entidades locales del Bierzo, hasta sacarle los colores a los nichos del cementerio de Santa Marina de Torre, su obra más reciente. «Son como mis hijos, no me puedo quedar con ninguno», reconoce el artista, medio en broma, cuando le preguntan cuál de todos es su mural favorito.
Solo en Ponferrada, Asier Vera (Donostia, 1978) ha firmado una veintena larga de murales, desde el que reproduce la famosa escena de la bicicleta voladora de ET El extraterrestre para celebrar el Mundial de Ciclismo, que también pintó en 2014 y que luce espléndido en una medianera de la avenida de la Libertad, hasta el que dedicó a la lucha contra la violencia de género junto al tramo final de la avenida del Castillo en la parte alta de la ciudad y con la famosa frase de Maya Angeolu: ‘Sin cambios no hay mariposas’.
En una década, casi, de trabajo, podría decirse que Vera está poniendo su grano de arena para cambiar la imagen de Ponferrada y llenar de mariposas, de puentes, de rostros que denuncian el racismo, como el mural de la misma calle San Fructuoso con otro lema —‘Blanca el alma, no la piel’— que deja huella.
Era el año 2014 cuando Asier Vera, que venía de acaparar más de un titular por el pulso que junto a un grupo de artistas urbanos había mantenido unos años atrás con el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, llegó a Ponferrada y en busca de encargos que le ayudaran a trabajar más allá de su profesión de diseñador digital para el mundo audiovisual comenzó a escribir correos electrónicos a empresas y profesionales del interiorismo y la arquitectura.
«Solo me respondió Belén Cuesta», le cuenta a este periódico, que le ha reunido de nuevo con la arquitecta berciana que le encargó aquel primer mural del taxi amarillo y el puente de Brooklyn para retirar de la pared de su casa, en un bajo de la calle San Fructuoso, todas las pintadas de mal gusto que estropeaban aquel rincón de la ciudad. «Bien usado, el graffiti sirve para recuperar un espacio urbano», reconoce la arquitecta bembibrense afincada en Ponferrada, donde tiene su despacho profesional.
El mural del taxi ha perdido brillo después de una década, pero ni Cuesta ni Vera descartan una restauración. Lo que ninguno de los dos duda es de que ha cumplido su función. Ya nadie orina en ese rincón. Los que pintaban garabatos, firmas sin sentido y dibujos de mal gusto han respetado la obra de Vera. Y en el propio vecindario ha calado tanto el mural de Nueva York que a pocos metros hay dos bajos adornados con el arte de Vera; un artista acostumbrado a salpicar su obra de mensajes sociales.
Lejos queda aquel «momentazo» de su vida, cuando logró que Gallardón, que había ordenado derribar un muro en el extrarradio adornado con un mural suyo y se había convertido en el azote del arte urbano en Madrid, le entregará después, sin saberlo, un premio por otra de sus obras.
Con la sensibilidad que ha demostrado, no es extraño que una pedanía como la de Santa Marina de Torre se haya fiado ahora de Asier Vera para ponerle luz y color a la pared de unos nichos en un cementerio donde reposan los restos de muchos mineros del carbón. «Es una alegoría del final de la vida, una escena de un crepúsculo con tonos cálidos», explica Asier Vera. Y el sol que se pone en el mural de Santa Marina, anaranjado, envolvente, contrasta con el mármol negro de algunas tumbas y con el ángel que extiende sus alas blancas para proteger a los difuntos.