El cura que eligió la libertad regresa por Santa Bárbara
Toreno entregará la Picota de Plata al cura rojo de Matarrosa, Javier Rodríguez Sotuela, que defendió la igualdad y luchó por los derechos de los mineros
Se fue sin despedirse, porque no podía hacerlo, y de eso hace ya más de 50 años. En Matarrosa del Sil se había encontrado a sí mismo pese a la dureza de los tiempos con los que le tocó lidiar en los años 60. Tal vez y pese a la contradicción, por eso fue feliz; porque pudo llevar a la práctica todo aquello en lo que creía, desde dentro de la iglesia pero alejado de ella, aplicando el Evangelio a la vida y poniendo la libertad por delante de todo. Le apodaron el cura rojo, porque rojo es hasta la médula.
Javier Rodríguez Sotuela cumplió 90 años el día 17 de este mes y no ha dejado de tocar la guitarra. La misma que fue su arma contra «las fuerzas vivas» cuando recorrió España y algunos países de Europa cantando a la libertad. Nunca fue un sacerdote al uso. Apoyó activamente la lucha de los mineros de la cuenca del Sil por mejorar sus condiciones laborales y sus derechos a mediados de los 60 y principios de los 70. No le gustaban la procesiones y en más de una cambió santos por pancartas. Defendió la libertad entre hombres y mujeres y extendió el gusto por la lectura y la reflexión como antídotos a la ignorancia. Sotuela fue el cura de los obreros.
Se marchó de Matarrosa a las seis de la mañana de un día de 1972. Ese fue su último destino antes de pedir la secularización. Su compañero y amigo José Álvarez de Paz le sustituyó aquel domingo en la misa y así supieron los vecinos que su cura se había ido. No tuvo valor para hacerlo de otra manera. Prácticamente la mitad de los once años que dedicó al sacerdocio los pasó en Matarrosa. «Es donde viví con más intensidad», asegura. Por eso quiso irse sin hacer ruido, pero nunca se fue del todo. Regresó en 2019 para recibir un homenaje del pueblo y volverá a hacerlo el día de Santa Bárbara, dentro de poco más de un mes.
El Ayuntamiento de Toreno ha decidido entregar a Javier Rodríguez Sotuela la Picota de Plata. Es la mayor distinción que otorga el municipio y será suya por lo que fue, por lo que es, por lo que hizo y por lo que simboliza. No solo fue un activo importante en la lucha de los mineros, sino que consiguió mover a los más jóvenes hacia la lectura y que muchas mujeres abrieran los ojos. Lo hizo, sobre todo, mediante su involucración con la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC).
«Lo que encontré cuando llegué a Matarrosa fue un pueblo dominado por los que habían ganado la guerra, por los falangistas. Dominaban la iglesia, correos, el teléfono, el estanco. Todo. Entonces, empezamos con la JOC y con la HOAC, primero con cursillos y después llegaron los libros de temas sociales, políticos, de historia del movimiento obrero, de conflictos... Era el pueblo de la provincia de León donde más se leía, según decía el que vendía los libros. También alquilamos un centro y allí se reunía la gente. Lo llamaban el reformatorio, porque cambiaba a los que iban», recuerda Sotuela.
Aprovechaba los sermones para predicar la libertad y eso le valió más de una amenaza. «Esto que has dicho hoy lo va a saber Franco mañana», le dijo una vez un cabo de la Guardia Civil. Pero «nunca me movió la política, ese nunca fue mi interés», asegura. «Yo quería ser fiel al Evangelio, a lo que de verdad dice y que nada tiene que ver con lo que había y hay en las iglesias. El Evangelio traducido a la vida», explica. «¿Cómo vas a hablar del Evangelio sin hablar de los problemas de la gente? Yo lo que pretendía era que se viviera aquello en lo que se creía. Ser coherentes», añade.
Por eso y por cantar vivió momentos muy difíciles. Vigilado, amenazado y con «mucho miedo». Así pasó Javier Rodríguez Sotuela varios años de su vida. Llegaron a retirarle el pasaporte por un recital que ofreció en Murcia y que grabó un grupo de falangistas. También tuvo que escapar y esconderse en alguna ocasión para no ser apresado y delante de la Guardia Civil vio como disparaban al aire, advirtiéndole después de otras posibles trayectorias. Jamás se enfrentó a ellos directamente. Nunca le hizo falta.
Empezó a hacer canciones cuando «aquel referéndum de Franco de comunismo sí, comunismo no y tengo más de cincuenta». Las letras están cargadas de ideología y de mensajes contrarios a lo que aquel poder establecía. Por eso era malo para quienes decían defender el orden. «Ellos eran más víctimas que yo, porque yo era un hombre libre y ellos no», asegura Sotuela, recordando lo que otra vez le dijo un guardia: «Él hace lo que tiene que hacer y nosotros tenemos que hacer lo que nos mandan».
Hijo de ferroviario, criado en un barrio obrero de Ponferrada y estudioso del marxismo, aquel no era su mundo y por eso quiso cambiarlo. «Era lo contrario a lo que yo creía», asegura. Y consiguió gran parte de lo que se propuso, siempre del lado de la gente que le necesitaba, como cuando escribía a máquina las reclamaciones de los mineros o les dejaba su casa para celebrar las reuniones. «Reivindicaban la seguridad y la higiene en el trabajo y llegaron a pedir también que se controlara la producción de carbón para ver la ganancia que iba a la empresa y lo que gastaba en los salarios», explica.
No titubea al afirmar la grandeza de aquellos mineros que conoció: «Tenían unos valores de solidaridad muy grandes. El compañerismo era casi un dogma y lo peor que podía haber era un chaquetero, un pelotillero», dice el cura que dejó de serlo en 1973 y se casó ese mismo año con una asturiana que había conocido en Bélgica cuando iba allí a cantar. «Me aparté de la iglesia porque si luchaba por la libertad, la iglesia era y sigue siendo una institución que está en contra de los valores de la libertad, la justicia y la igualdad. Ideológicamente, yo no podía seguir perteneciendo a ella», relata. No comparte el celibato ni que las mujeres no puedan ser curas: «Tienen una gran cantidad de sabiduría y de humanidad que aportar si pudieran ser sacerdotes».
Aunque nació en San Clodio (Lugo) y se crió en Ponferrada, Matarrosa del Sil siempre será la casa de Rodríguez Sotuela. Lo dice mientras habla por teléfono en la bodega de la vivienda que conserva en Galicia, junto a una imagen de Santa Bárbara, los dibujos del puente viejo y el tren de Matarrosa, unas piedras de carbón y la figura de San Miguel.
«Yo miro para atrás y creo que he sido el hombre más feliz de la vida, porque creo que hice lo que debía hacer. Lo pasé muy mal, porque eran tiempos muy malos en todos los aspectos, pero ser coherente conmigo mismo es lo único que tengo yo de valor», afirma el cura rojo que, en algún momento, fue adalid de los mineros y que el 4 de diciembre podrá volver a sentir que se fue sin despedirse porque, de alguna forma, nunca se ha ido.