URBANISMO
El sueño del Ensanche: Ponferrada descubre la ciudad que nunca fue
El que fue alcalde en 1956 advertía de la «codicia» que causaba el crecimiento insostenible de la hoy llamada Ciudad del Dólar en un bando que puede verse en la exposición de la Casa de la Cultura
Siete de cada diez habitantes de Ponferrada en los años cincuenta del pasado siglo habían venido de fuera, cuenta Jesús Álvarez Courel, archivero y bibliotecario de Ponferrada que ha coordinado la exitosa muestra sobre el Ensanche de la que hoy conocemos como Ciudad del Dólar que estos días atrae a un gran número de ponferradinos a la Casa de la Cultura. A la ciudad de Ponferrada, en pleno apogeo del carbón, recién construida la térmica de Compostilla I, recién creada Endesa, con las obras del pantano de Bárcena en marcha, llegaban una media de dos mil personas al año, añade. De Andalucía, de Asturias, del País Vasco. Y de los pueblos del Bierzo.
De aquel crecimiento desordenado, estrangulado por los terrenos que poseía la Minero Siderúrgica de Ponferrada, de aquella población de urbanismo salvaje donde promotores y particulares aprovechaban cada metro cuadrado para edificar a toda costa, surgió la ciudad que hoy conocemos, muy distinta de la ciudad que pudo ser cuando entre 1932 y 1949, con años de retraso, las corporaciones locales trataron de diseñar un planeamiento más ordenado.
Lo cuenta con fotografías, con planos, con documentos salidos de los archivos municipales la muestra sobre el Ensanche que ocupa la Sala Viloria de la Casa de la Cultura. Y entre todos los documentos que enseña, entre todos los planos y todas las fotografías, quizá sea el bando que el alcalde Francisco Laínez Ross emitió el 20 de febrero de 1956 para advertir de que Ayuntamiento iba a poner coto a tanto desorden, la prueba de que aquel crecimiento salvaje iba camino de ser insostenible. Porque más que un bando es un grito. Una petición de socorro. Y una advertencia. Las Ordenanzas de Construcción y Urbanización aprobadas en 1954, a la espera de contar con un Plano urbano, estaban para cumplirlas.
«La codicia de los particulares propietarios de fincas de más o menos extensión, pendientes únicamente de vender mayor número de solares, el afán de los adquirientes por construir una casa ‘como sea’, sin las mínimas garantías higiénico-sanitarias, ni urbanísticas, y la absoluta falta de observancia de los preceptos contenidos en la mencionadas Ordenanzas, están creado dificultades que, de persistir, por su ingente volumen, resultarán insuperables en el futuro y constituirán un serio dique para la formación de la gran Ponferrada que todos anhelamos», escribía Laínez.
Multas de hasta cinco mil pesetas. Sanciones de hasta cinco veces los derechos defraudados, y lo más grave, la demolición de las obras ejecutadas, se aplicarían «con todo rigor», advertía Laínez, que dejaba claro que en los proyectos de parcelación debía incluirse el trazado de zonas verdes, la anchura mínima de las calles debía ser de doce metros y no se iba a permitir ninguna edificación sin que funcionaran «los servicios indispensables».
Pero la muestra sobre el Ensanche, esa crónica de la ciudad que pudo ser Ponferrada y nunca fue, descubre a los ponferradinos otros destellos de la ciudad que por algún motivo que no está documentado se quedaron a medias. En 1950, en un momento en que los jesuitas planificaban la construcción de la actual iglesia y colegio de San Ignacio, el sacerdote Elías Fernández Reyero escribía al alcalde de Ponferrada para pedirle apoyo ante el Instituto de la Vivienda que había creado el régimen franquista y que de aquella idea germinara una entidad constructora benéfica que se llamaría Acción Social del Bierzo. El objetivo era edificar viviendas para los obreros que llegaban a la ciudad en aluvión. Y el propio obispo de Astorga, Jesús Mérida Pérez, enviaba una misiva similar al Ayuntamiento ese mismo año para constituir un Apostolado Social Católico en el Bierzo y edificar hasta tres bloques de cien viviendas «dignas y baratas» para familias obreras y una residencia-hogar de solteros. Aquella ambiciosa idea no solo incluía que San Ignacio tuviera una función religiosa, educativa y cultural, también que la entidad se encargara de «dotar» a las familias obreras de «vivienda sana, acogedora y ultrabarata», decía la carta.
Pero la idea no prosperó, en aquella España de Franco, y San Ignacio se quedó en lo que es, y nos es poco; un colegio diocesano a partir de finales de la década y una casa de oficios que anunciaba la creación de la escuela taller de ‘La Sindical, que hoy es el Instituto de Enseñaza Secundaria Virgen de la Encina.
¿Qué pasó?
«No debió gustar mucho que los jesuitas se metieran a constructores», opina Courel.
Y es que la construcción era un gran negocio en la Ciudad del Dólar. Ahí está la referencia de Laínez a la codicia de los dueños de solares, a las prisas de los particulares... Y para edificar casas baratas ya estaba el Instituto de la Vivienda.
Los poblados y el plano de 1946
El contrapunto al crecimiento desordenado de Ponferrada fueron los poblados de Endesa en Compostilla y de la MSP, donde constructoras locales como Fernández Matachana, entre otras, levantaron 394 viviendas. La pieza más espectacular de la muestra, en cualquier caso, es el enorme plano de la ciudad de Vicente Puyal en 1946. Una escalera, junto a la pared, ayuda a los curiosos a buscar hasta el último rincón de la Ciudad del Dólar. ¿O era de la codicia?