LA PRENSA EN LOS PELDAÑOS
La librería quemada en Bembibre que revive en la escalera
Tonia Escudero traslada su kiosko al portal de su casa después de que los ladrones que entraron a robarle prendieran fuego a su negocio de madrugada
Las revistas en los peldaños de mármol, los periódicos en el taquillón. Las botellas de agua, contra la pared. Y los libros, los que no se han quemado, a la espera de contar otra vez con un escaparate donde lucirlos.
La quiosquera de Bembibre Tonia Escudero, propietaria de la Librería Yupi quemada por los ladrones que entraron a robarle en la madrugada del miércoles, ha tenido que recurrir a la escalera de su casa, en el número 5 de la calle Río Cúa, para seguir trabajando. Después del incendio provocado por los ladrones que apenas se llevaron unas decenas de euros de la caja registradora y una costosa muñeca Barbie de colección antes de prender fuego al escaparate, Tonia solo ha tenido que cruzar la calle con las publicaciones que salvó del fuego y los periódicos del día para mantener viva una parte de su negocio. La otra, dedicada a la práctica del Reiki, tendrá que esperar a que los seguros y una buena limpieza eliminen el hollín de las paredes, y a que el intenso olor a quemado que obliga a entrar en el local ennegrecido con una mascarilla se lo lleve el viento.
Muy querida en el vecindario, este jueves no dejaba de recibir a clientes, a vecinos, a miembros de asociaciones que se han ofrecido a organizar una colecta para resarcirla. «Pero no quiero dinero, no quiero que hagan ninguna colecta. Ya tengo trabajo», afirma al pie de la escalera de su casa, junto a los cuadernos de sopas de letras, las revistas de Historia, las del corazón, y la prensa en papel, donde no falta el Diario de León. No en vano, la Librería Yupi, dedicada también a la paquetería, es uno de los pocos lugares de Bembibre donde todavía se pueden comprar periódicos y revistas impresos.
A Tonia le han venido ofrecer dinero, sí, pero lo único que ha aceptado son dos rosas blancas, de floristería. «Me las ha regalado una niña bonita, Marta, ayer por la tarde. Y me dio un abrazo», le cuenta a este periódico.
Al otro lado de la calle está el desastre. El local ahumado, el material estropeado —los seguros le piden las facturas para poder indemnizarla—, la pala que empleó para retirar las cenizas, un cubo, y todavía colgada sobre el techo, milagrosamente libre del fuego, una de las camisetas que durante la pandemia de Covid imprimió y vendió en apoyo al comercio local y en especial a los kioskos; «SOS Kioskos Alto Bierzo», se lee en blanco sobre fondo negro. La camiseta huele a humo, pero el color oscuro disimula el hollín que desluce las paredes, las carpetas con archivos, la impresora —todavía funciona— y dentro del local de Reiki, también la estatua de un Buda, que ha perdido su blanco original por la costra pegajosa y oscura que ha dejado el incendio.
El fuego, insiste Tonia, podría haberse propagado por todo el edificio. Los ladrones rompieron la ventana del escaparate tras forzar la verja y, antes de irse con un botín más que escaso, incendiaron la salida. La suerte quiso que pocos minutos después, llegaba Tonia para abrir y descubría el humo. Alarmados, los vecinos ayudaron a la quiosquera a sofocar las llamas con el extintor del local. Y este jueves, fregona en mano, se disponían a ayudar también a limpiar las paredes y los suelos.
Pasa un coche entre la librería quemada y la vivienda donde las escaleras se han convertido en un kiosko improvisado, anunciado con una cartulina amarilla escrita a mano sobre una silla de plástico en la acera. En en el coche viajan unos niños. «Ya podéis venir a por los caramelos», grita Tonia. Y les devuelve el saludo. Porque Tonia Escudero también vende caramelos, chicles, tarjetas de cumpleaños. Y libros que publican, sobre todo, autores bercianos.
Algunos de ellos ardieron en el incendio, como un hilera de ejemplares de Desplegando mis alas, donde Soraya Fernández habla del dolor y de la esperanza que ha dejado el cáncer en su familia. ¿Y quién puede quemar una librería?, es la pregunta que se hacen muchos amigos de Tonia. La respuesta no está en la escalera donde ahora vende las revistas. Ni en la pared del espacio de Reiki menos afectada por el humo, donde cuelgan una suerte de atrapasueños o mandalas con mensajes de paz. Quizá, en las monedas calcinadas que salpican el suelo del local y que los ladrones que prendieron fuego despreciaron cuando volcaron la caja registradora.