Un estudio de la dieta del urogallo revela la necesidad de regenerar el hábitat en Ancares, Gistredo y el norte de Laciana
El análisis que el atleta Saúl Ordóñez ha hecho de la alimentación de la especie constata que los bosques de gran valor trófico están fragmentados y sería conveniente mejorar las zonas limítrofes para crear corredores biológicos, también en Babia y Luna, y favorecer su subsistencia
Evaluar si la calidad trófica (cantidad e idoneidad de alimento) del terreno condiciona la distribución del urogallo en la última área habitada por esta especie en la Cordillera Cantábrica ha sido el objetivo del estudio que el atleta olímpico berciano Saúl Ordóñez —también licenciado en Geografía y Ordenación del Territorio— ha realizado como Trabajo Fin de Máster (TFM) del postgrado de Geoinformática para la Gestión de los Recursos Naturales, impartido en el Campus de Ponferrada de la Universidad de León. Es un examen cartografiado completo y detallado de la dieta de esta especie, en peligro crítico de extinción, a partir del metaanálisis de publicaciones científicas ya existentes sobre su alimentación.
El resultado son unos mapas que recogen el volumen y la distribución de las especies vegetales que constituyen la base de la dieta del urogallo en función de la estación del año (primavera, verano-otoño e invierno) y demuestran las carencias y la excesiva fragmentación de las zonas que aún conservan bosques maduros con valores altos de disponibilidad alimentaria, rodeadas por «áreas de borde de muy baja calidad alimentaria» que limitan la movilidad de los ejemplares, con un rango máximo de desplazamiento de diez kilómetros.
La primera conclusión de este trabajo está clara. Cruzando los datos estimados oficiales de la población actual con las áreas donde el alimento es más abundante y de calidad, se comprueba una relación directa. Es decir, hay mayor presencia de la especie donde hay más comida. Por lo tanto, «todos los daños que perjudiquen al hábitat del urogallo están agotando las vías de recuperación», recoge Saúl Ordóñez en un trabajo que ya está preparando para su publicación. La segunda conclusión es que es necesario actuar, reforestando, en esas áreas que bordean los bosques de calidad, aislados, para mejorar la disponibilidad trófica y «facilitar la conexión entre corredores biológicos para la especie».
Ordóñez ha analizado 25 especies arbóreas, arbustivas y herbáceas en lo que el denomina como «el último refugio trófico» del urogallo, que comprende los siguientes municipios: sur de Cangas del Narcea, Degaña, sur de Villablino, Palacios del Sil, Páramo del Sil (Valle de Salentinos) y Murias de Paredes. No obstante, el estudio se extiende a esas áreas de borde de poca calidad trófica en las que sería necesario intervenir para mejorar el hábitat.
Son, sobre todo, el norte de Laciana (afectado por la actividad minera), Ancares (donde hubo cantaderos perdidos por la reducción de la superficie arbórea debido a cortas, quemas y otras actividades), la Sierra de Gistredo y Babia y Luna (con una densidad de vegetación muy baja o inexistente). También Somiedo, donde existe una importante masa de haya, de gran peso en la dieta del urogallo, pero apenas hay presencia de la especie. En este caso, el estudio incide en la necesidad de restaurar el norte de Laciana, minado de cielos abiertos, para favorecer la conexión con esa área. Otro de «los grandes vacíos tróficos» recogidos en el estudio es Ibias (Asturias).
¿Qué come el urogallo?
Constatado que la distribución del urogallo «está significativamente alineada con las áreas específicas de alimentación», el trabajo de Saúl Ordóñez detalla la base de esa dieta según el momento del año. Lo que ha hecho es unificar cinco estudios específicos existentes para tener una visión completa de la alimentación estacional y anual. El arándano es la especie más importante en todas las estaciones, sobre todo en primavera, y también el haya es básica durante todo el año, aunque más en invierno.
Por periodos, el valor de cada especie es diferente. En verano-otoño, la dieta es más variada, con un alto porcentaje de abedul, serbal, roble y haya. También los helechos suponen un proporción importante en la alimentación. En invierno, cuando menos disponibilidad de comida hay, ganan peso el pino y el acebo, ya que las especies caducifolias (mayoritarias en la dieta) pierden las hojas. Por su parte, en primavera, que además es la época de celo, «los bosques de frondosos maduros tiene gran importancia», apunta Ordóñez en un TFM que hace especial hincapié en el retroceso de los acebales.
«El acebo, que resulta de vital importancia en invierno, ha sufrido una regresión importante y no tiene gran extensión, por lo que sería una buena medida conservar y aumentar rodales de acebo como herramienta de conservación», asegura el autor de un trabajo que ha sido tutorizado por los docentes e investigadores de la ULE Emilio Jorge Tizado y María del Carmen Lence y en cuya elaboración, Saúl Ordóñez también ha contado con el apoyo de los profesores Estrella Alfaro y Javier Naves.
Una especie paraguas
«La conservación del urogallo pasa por la conservación del medio natural y responde también a la conservación indirecta del resto de especies vegetales y animales del entorno. Estamos ante una especie paraguas bioindicadora de territorios de alto valor ecológico. De esta forma, la conservación de la montaña y de los bosques maduros subalpinos benefician al urogallo y a la biodiversidad asociada», recoge el estudio sobre la idoneidad trófica del urogallo cantábrico realizado por este plusmarquista de los 800 metros que nació y creció en Salentinos y siempre ha tenido gran interés por la observación y el estudio del medio natural.
El suyo es un trabajo de investigación novedoso porque abordar el análisis de la problemática de esta especie en riesgo grave de extinción desde un punto de vista biológico. «La mayoría de los trabajos existentes han abordado más las variables climáticas o geográficas para conocer los requerimientos de esa especie», explica.
«La creación de mapas de idoneidad trófica es algo nuevo, por lo que aporta un punto de vista distinto y puede ser muy útil para la supervivencia del urogallo», afirma también el profesor del departamento de Biodiversidad y Gestión Ambiental de la ULE Emilio Jorge Tizado.
De nada sirve incidir en la reproducción artificial del urogallo cantábrico, que «además sufre depresión por endogamia con reducción de la diversidad genética», si no existe un hábitat óptimo para el asentamiento y desarrollo de a población por falta de recursos alimentarios. Esta es la idea de base del estudio defendido por Saúl Ordóñez, que recuerda que la distribución actual de la especie se reduce a unos mil kilómetros cuadrados, que es tan solo un 15% de la extensión ocupada en 1970. También ha caído estrepitosamente el húmero de individuos desde los años 70. Tanto como un 90%, es decir, que solo quedan uno de cada diez.
«El declive de la especie desde finales del siglo XIX, cuando estaba distribuida por gran parte de la Cordillera Cantábrica, es una situación crítica que necesita de medidas que aporten una solución si nos interesa la supervivencia del urogallo», insiste Ordóñez y su aportación pasa por recuperar el hábitat perdido y conectarlo con esos bosques de frondosas de cientos de años que son la basa de la dieta pero están aislados y fragmentados.