ANIVERSARIO DE LA REVUELTA MINERA DE 1934
El domingo en que el Cristo Rojo de Bembibre sobrevivió a la Revolución
Los mineros del Alto Sil quemaron la iglesia de San Pedro hace ahora noventa años, pero indultaron al Sagrado Corazón «por ser de los nuestros»
"La barbarie irrumpió en Bembibre a media mañana del domingo, llevando al frente infelices criaturas armadas de pistolas. El pueblo estaba indefenso porque la fuerza estaba concentrada en Ponferrada. Rociaron con gasolina la puerta de la iglesia y los altares y prendieron fuego. Todo quedó reducido a cenizas.
La canalla perpetró luego el horrendo sacrilegio de quemar en el centro de la plaza el Sagrario y las imágenes de la iglesia, de las que únicamente respetó el Sagrado Corazón de Jesús, colocando en la misma esta inscripción. «A ti te respetamos por ser de los nuestros»".
Así informaba El Diario de León hace ahora noventa años de la llegada de los mineros a Bembibre para propagar la Revolución. Lo que no decía entonces el redactor anónimo que firmaba la noticia es que al Sagrado Corazón lo había respetado los mineros por el color bermellón de su manto. Y aquí comienza la leyenda del Cristo Rojo, el Cristo de la barricada. La imagen indultada por los mineros que tanto llamó la atención a los enviados especiales de la revista gráfica Estampa, que en aquel octubre de 1934 escogía una fotografía de la figura y el cartel que le habían colocado los revolucionarios para ilustrar su portada. El Cristo ‘rebelde’ que del papel de los periódicos y las hemerotecas ha saltado en los últimos años también a las viñetas: en 2019 el historietista asturiano afincando en Francia y Premio Nacional del Cómic, Alfonso Zapico, incluía el jugoso episodio del Cristo en la barricada en el tercer volumen la popular tetralogía que ha dedicado a narrar la Revolución de 1934, titulada La Balada del Norte y publicada por la editorial Astiberri.
Narraba la revista Estampa que el domingo 7 de octubre, a las once de la mañana, «dos mil mineros de la cuenca del Sil —de Toreno, de Matarrosa, de Páramo— bajaron como un alud de sus altas montañas y se apoderaron de Bembibre». En filas de dos, con jefes de escuadra, el redactor de Estampa, Javier Sánchez Ocaña, contaba que los mineros repetían una consigna, «Un, dos, Estrella Roja», mientras entraban en Bembibre «con sus pistolas amartilladas y sus gritos de mando militar». Parlamentaron con los vecinos para que les suministraran armas y entonces se dirigieron al Ayuntamiento, destrozaron la documentación y proclamaron la República Social. «Luego rociaron la iglesia con gasolina y le prendieron fuego. Antes habían sacado de allí la imagen de un Sagrado Corazón y la dejaron en medio de la plaza con un letrero que decía: 'Cristo Rojo, a ti te respetamos por ser de los nuestros'». El redactor de Estampa entrevistaba días después, cuando llegó a Bembibre junto al fotógrafo Villaseca para elaborar el reportaje que saldría publicado el 20 de octubre, al comerciante «don Bernardo Alonso» (posiblemente Bernardo Alonso Villarejo, dueño de la ferretería del mismo nombre, que entonces tenía 30 años, y conocido hoy por su labor como fotógrafo aficionado). Y don Bernardo le contó al periodista que los mineros «estaban convencidos de que en Madrid y en Barcelona había triunfado la revolución social».
Contaba el comerciante que los jefes de los mineros sacaron a la calle a más de un revolucionario que disfrutaba del vino en alguna taberna. «¿Para qué hemos venido; para beber vino o para hacer la revolución social?", decía Alonso que les habían reprochado a esos mineros en la taberna, en una escena de la que él mismo había sido testigo. Don Bernardo relataba que los revolucionarios se habían ido de Bembibre entrada la noche y cuando el periodista le preguntaba si se habían llevado algo, dudaba de que hubiera saqueado el pueblo. «Creo que solamente las armas que fueron requisando. Se marcharon a las once de la noche, cuando llegaron las tropas procedentes de Astorga. Después de una dura batalla en la obscuridad (sic), se retiraron a sus montañas».
El balance de aquellos combates había sido de tres soldados, un sargento, dos guardia civiles y dos revolucionarios muertos.
Y decía Estampa que la única persona de Bembibre a quien los revolucionarios estuvieron a punto de asesinar fue la telefonista del pueblo, la señorita Maruja de Sas López. Convertida en una heroína — «celosísima encargada de Teléfonos», la elogió El Diario de León en su edición del 13 de octubre— su relato cierra el reportaje de Estampa: «Llegaron aquí, a la estación telefónica, armados con pistolas y cuchillos y me pidieron que cortarse la comunicación y me marchase. Yo hice que les obedecía. Maniobré un poco con las clavijas y cuando tuve conectada la centraliza con el teléfono de un abonado de Bembibre, de mi confianza, les declaré que ya estaba inutilizando el aparato. Pero alguno de ellos debió sospechar algo, porque de repente, oí con espanto que uno del grupo decía: ‘Camaradas, nos está traicionando ¡Vamos a colgarla!’. Recuerdo que estaba medio desmayada cuando otro del grupo intervino a favor mío. ‘Dejadla —le dijo— que yo muchas veces tengo conferencias telefónicas, y aunque tardo mucho tiempo en pagárselas ella me las fía’».
Así fue como Maruja de Sas pudo escapar por la puerta trasera y «desde un restaurante que hay aquí cerca estuve comunicando con el gobernador de León y lo enteré de todo lo que pasaba en Bembibre». Pero «otro grupo de revoltosos entró en el restaurante y tuve que esconderme debajo del mostrador. Desde allí, a menos de cinco metros de ellos, comuniqué media hora más con León. Hasta que cortaron la línea...»
El restaurante, explicaba por su parte El Diario de León, era el de Asunción Álvarez. «Siendo descubierta después de las tres de la tarde por los asaltantes y obligada a trasladarse a las oficinas telefónicas, donde amenazada por las pistolas de los mineros se negó a ofrecerles comunicación con los elementos que intentaban». Maruja, que se haría merecedora de una recompensa, explicaba el periódico, dijo a los mineros que las líneas estaban inutilizadas y «los asaltantes destrozaron entonces los aparatos».
El Diario de León de aquella época, a diferencia de lo que relató Bernardo Alonso a Estampa, aseguraba exaltado que los mineros no solo habían incendiado el archivo del Ayuntamiento y saqueado «la mayoría de las casas del pueblo, entre ellas el Cuartel de la Guardia Civil y la casa del Párroco (con mayúsculas)» sino que se habían dedicado «al robo y al pillaje más desenfrenado». En la farmacia de don Ramón Buel, citada el rotativo, se habían apoderado de 4.000 pesetas en metálico y alhajas por valor de 6.000. «Y en la plaza mayor volaron con dinamita la caja de caudales de don Francisco Alonso». Además, decía que un vecino de La Silva al que no ponía nombre «fue muerto de un tiro de los rebeldes».
Desde León salieron a sofocar la revuelta en Bembibre una compañía de fusileros y una sección de ametralladoras al mando del capitán Nonide, junto a «doce parejas de la Guardia Civil». La carretera estaba obstruida en Torre del Bierzo y a las siete y media de la tarde de aquel largo domingo de revolución tuvieron que apearse de los camiones. Allí entablaron el primer tiroteo y dejaron a varios mineros heridos. Y en Bembibre, a donde llegaron a pie a las diez y media de la noche, pusieron «en rápida huida a los malhechores». La villa, decía El Diario de León, ofrecía un aspecto «desolador», completamente a oscuras, extinguidos «los siniestros resplandores» del fuego en la iglesia del Cristo Rojo, y con los vecinos encerrados en sus casas por temor a que se produjera «un nuevo y más sangriento asalto de los forajidos», que nunca tuvo lugar.
Cuando a las cuatro cuarenta de la madrugada, un coche con matrícula de Cuenca intentó entrar en Bembibre y descubrió a los soldados, sus ocupantes huyeron a la carrera. El coche «resultó acribillado a balazos» y quienes viajaban en él, «se supone que algunos cabecillas del movimiento», «pudieron huir favorecidos por las sombras del amanecer». Y así terminaba la Revolución en Bembibre; con la iglesia quemada, ocho muertos, y el Cristo Rojo en la barricada.