MINERÍA
El eco de ‘Los ocho de Virgilio’ se apaga a los 30 años de su encierro
Regreso a la bocamina a las tres décadas de la protesta que incendió el Bierzo Alto y marcó el principio del fin del carbón en la cuenca
La bocamina del pozo Mariángela en Santa Marina de Torre está cubierta de arbustos, envuelta en la penumbra, cerrada por una reja metálica, cuando José Luis Moreno y Juan Carlos Do Santos Seijas, dos de los mineros que hace 30 años se encerraron a 220 metros de profundidad para evitar el cierre de Virgilio Riesco, vuelven al lugar donde permanecieron 29 días bajo tierra mientras en la cuenca del Bierzo Alto estallaba una guerra. Hace ahora 30 años, los mineros cortaban la N-VI (aún no había autovía), y se enfrentaban a los antidisturbios en las calles de Bembibre, convertida la localidad en escenario de batallas campales cuando caía la noche, porque el encierro de ‘Los ocho de Virgilio Riesco’ había puesto «en pie de guerra» - así lo relataba la prensa de la época- a toda la cuenca minera. Lo que había empezado siendo una protesta laboral para que la Seguridad Social alzara el embargo de sus salarios y la administración garantizara el futuro de la empresa, se había extendido al resto de explotaciones mineras, que afrontaban una reconversión que iba a reducir el empleo; el primer clavo en el ataúd que le construían al carbón en el Bierzo Alto.
«Nos encerramos en la primera planta cuando acabó la asamblea. Pusimos unos pallets, nos trajeron unas colchonetas y una mesa, relata Seijas mientras echa un vistazo a la bocamina, acompañado por Moreno. De los ocho que se encerraron, solo ellos han accedido a volver a un lugar que no pisaban desde hacía diez años. A Marino Jardino se lo llevó la mina en un accidente en Cerezal. Joaquín Castro Quintero murió en otro accidente, pero de tráfico. A José Luis Morán, un imprevisto le impide acudir a la cita con este periódico. Y los otros tres, Esteban Fernández, Manuel Ruiz Frechilla y José Antonio González Pardal -que junto a Morán abandonó el encierro antes que sus compañeros por problemas de salud- prefieren no remover los recuerdos.
La mina está cerrada desde hace dos décadas -Luis Fernández Rayo tomó el relevo de Virgilio Riesco tras aquella protesta y finalmente Victorino Alonso la liquidó- y donde antes se encontraban los talleres, bajo una cubierta metálica, hoy un cazador ha habilitado una perrera. Retiradas las tolvas de la mina, todo el recinto está cerrado por un muro improvisado con viejas persianas y los perros encerrados ladran a los dos mineros cuando los oyen llegar junto a los dos periodistas de Diario de León. Seijas ha venido además con su perro, un revoltoso animal de raza indefinida, ladrador y juguetón al que llama Yupi, que encantado de provocar a los perros de caza.
La antigua mina de Virgilio Riesco, con dos plantas en rampa, una a doscientos metros de profundidad y otra a cuatrocientos, es hoy una sombra de lo que fue. Un corto paseo por los alrededores sirva para comprobar que el improvisado cierre con persianas viejas y mallado metálico incluye la boca de la mina auxiliar, por donde entraba la madera para postear. Si uno se fija, detrás del mallado aún se aprecia una imagen de Santa Bárbara junto a la entrada auxiliar a las galerías. Y el encierro de aquellos ocho mineros -Los ocho de Virgilio, les llamaron- que empezó a las nueve de la noche y diez minutos del 27 de octubre de 1994 y terminó 29 días después con un baño de multitudes, fue el principio del fin.
El eco que dejó aquella protesta que incendió el Bierzo Alto y que terminó con un reguero de prejubilaciones y compensaciones económicas (hasta seis millones de pesetas para cada minero por puesto amortizado), un drástico recorte de plantillas y una promesa de recolocaciones que solo aplazó la muerte del sector, se apaga después de tres décadas. Quedan las fotos, los recortes de prensa, el relato épico de un encierro. Queda el silencio en la bocamina del pozo Mariángela. Y un eco que ya no se escucha, solo se imagina treinta años después: el de las 800 personas que el 25 de noviembre de 1994 recibieron eufóricas a los seis mineros que levantaban el encierro tras 29 días.
-¿Cómo pasabais las horas? -pregunta el periodista a Seijas y Moreno, a la vuelta de la bocamina, en el último bar que todavía sigue abierto en Santa Marina de Torre.
«Jugábamos a las cartas y al ajedrez», cuenta Seijas. «Luego nos metieron una tele con video y nos hicieron un invento con el cable del interfono para que escucháramos la radio. Sabíamos lo que estaba pasando fuera. Y nos traían los periódicos», añade Moreno. El médico de la empresa bajaba a verles a diario. «Y también cazábamos ratas».
-¿Cómo que cazabais ratas?
«Afilábamos un palo, nos íbamos a buscar los nidos y las pinchábamos», cuenta Seijas mientras Moreno hace un gesto de asco y aclara que él no participaba. Ratas tan grandes como gatos, ratas que habían perdido el pelo. «Parecía que tenían la lepra», explica Seijas. Ratas que nunca les molestaron, «aunque las oíamos detrás de donde dormíamos». Y alguna vez se llevaron una bolsa de golosinas.
En 29 días de encierro solo pudieron asearse "con toallitas". Hacer sus necesidades en la oscuridad del embarcadero. Las visitas de los periodistas -"una llegó a coger una rata muerta cuando le contamos que las cazábamos", cuenta Moreno, y ahora es él el que hace un gesto de asco- aliviaban la espera. Y se notaba el aliento del exterior, el apoyo generalizado de la población de las cuencas mineras.
«Comida caliente nunca nos faltó», cuenta Moreno. La gente del pueblo, de los bares de las cuencas -incluso les llegó un garrafón de orujo de Villablino-, se volcó con ellos. Los recibió como héroes, sí, cuando levantaron el encierro. ¿Y qué queda de todo aquello? Los dos siguen trabajando. Seijas en el mantenimiento de Carreteras. Y Moreno en una de las gasolineras del Manzanal, muy cerca, para completar su prejubilación. Las minas están cerradas. Las térmicas han desaparecido. En Santa Marina ya no se oyen los compresores de la mina de Virgilio Riesco que tanto molestaban a los vecinos. Y cada vez quedan menos estufas de carbón.
-¿Volveríais a la mina? Es la última pregunta. Y enseguida responde Seijas.
«Si tuviera las mismas condiciones que en Virgilio Riesco no me lo pensaba. Me gustaba aquel trabajo».
La épica salida del pozo Mariángela
«Los seis mineros de Virgilio Riesco SA que resistían ‘enterrados’ a 220 metros de profundidad en el pozo Mariángela de Santa Marina de Torre volvieron a ver ayer el azul del cielo después de treinta días de cautiverio». Así contaba el corresponsal minero de Diario de León en 1994 Manuel Enríquez la épica salida de los encerrados en el pozo Mariángela, protegidos por gafas de sol, arropados por 800 personas, el viernes 25 de noviembre de 1994. Recibidos «como auténticos héroes populares», concluía lo que el ya fallecido Manuel Enríquez describía como «un mes de infierno para el grupo de hombres que han abanderado las protestas de toda la población del Bierzo Alto contra la reordenación minera impuesta desde la Administración». La Dirección General de Minas se había comprometido a mantener abierto el yacimiento, aunque solo con 90 trabajadores. Muy lejos de los 400 que llegó a tener, cuenta Juan Carlos Seijas.
La chispa de la que nació el encierro había sido el impago de las nóminas, embargadas por la Seguridad Social debido a la enorme deuda -"debían ser como dos mil millones de pesetas", estima Seijas, aunque Diario de León la situaba en 1.500- que mantenía Virgilio Riesco, por entonces con 150 productores en plantilla. Y no era la única empresa del Bierzo Alto en una situación similar. La deuda de Virgilio Riesco era un escollo que impedía a la empresa acogerse a las medidas de reconversión minera. Y la solución de fusionarse con Minex hacía desconfiar a la administración, que presionó con el embargo.
El comité de empresa, que ya había iniciado los cortes de carretera en la N-VI en septiembre, eligió una vieja galería en el pozo Mariángela que ya no era productiva para instalar a los ocho mineros que levantaron la mano cuando la asamblea decidió iniciar un encierro y pidió voluntarios. Al principio decidieron mantener sus nombres en el anonimato, informaba Diario de León. Pero enseguida llegaron las fotos, las crónicas, las entrevistas. Dos de los ocho abandonaron antes del final del conflicto; José Luis Morán el 18 de noviembre, "tras sufrir una crisis depresiva emocional", informaba La Crónica 16. Y José Antonio González Pardal, después de requerir atención médica "al agravarse su silicosis por una bronquitis".
El 15 de noviembre, con el conflicto extendido a toda la cuenca, "más de 10.000 personas colapsaron" Bembibre, era uno de los titulares de la prensa, que definió aquella concentración como "la mayor manifestación" de los últimos años en la comarca. Once empresas y 500 de los 2.200 empleos en la cuenca estaban en juego en el Bierzo Alto. La Guardia Civil se desplegó en la zona. Llegaron los antidisturbios. Y ese mismo día de huelga general en el Bierzo Alto, los choques con las fuerzas del orden se saldaban con tres mineros detenidos.
En la bocamina, la espera se hacía interminable. "Madres, esposas, hijos, compañeros, permanecen día y noche ante la oscura entrada soportando bajas temperaturas y algunos contratiempos", contaba El País. La imagen de las mujeres calentándose al fuego de un barril, tan icónica, volvía a repetirse. Y entre los apoyos de los mineros también estaba la Iglesia. El Arciprestazgo del Boeza había criticado abiertamente el "capitalismo puro y duro" que sacrificaba "el bienestar económico y social de las personas en aras de otros intereses macroeconómicos". A los religiosos les resultaba "escandaloso y contradictorio" imponer una reconversión sin contar con los afectados.
El 16 de noviembre, la prensa ya utilizaba expresiones bélicas para informar que la cuenca estaba "en pie de guerra" y se sucedían las "escaramuzas" y las "batallas" entre mineros que detonaban dinamita y "atronaban" la N-VI, y los antidisturbios que sorteaban las piedras y los "artilugios" que empleaban los huelguistas para lanzar cohetes caseros. La niebla que provocaban los botes de humo de los agentes "envolvía" Bembibre "cuando las carreras por el casco urbano todavía presagiaban una lucha sin cuartel". Los cortes de carreteras se trasladaron a las vías del tren en la estación de Bembibre.
Parecía que la negociación no avanzaba. Pero finalmente se alcanzaba un acuerdo en Madrid. Los sindicatos asumían la reconversión a cambio de recolocaciones y bajas incentivadas. Los mineros encerrados Santa Marina lo celebraron con cava y a las trece horas y cinco minutos del viernes 25 de noviembre de 1994 levantaban el encierro. "La espera mereció la pena -relataba Manuel Enríquez en Diario de León al día siguiente-. Ochocientas personas aclamaron a los encerrados como si de mártires se tratasen. Los seis, con barba de siete días, gafas oscuras para protegerse de la luz solar y bien abrigados". Y decía Enríquez, que también fue minero en Fabero antes que corresponsal, que repicaban las campanas en la iglesia de Santa Marina y tracas de petardos "se convirtieron en la alegoría vecinal de la 'liberación'.