Diario de León

DESDE MI RINCÓN Rita Prada

Noche de Reyes

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León

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A pesar de que la tradición se va perdiendo por esa manía snob de importar costumbres ajenas en detrimento de las autóctonas, los primeros días de enero son las fechas ideales para formular deseos y abrir expectativas individuales o colectivas de futuro. Y lo son porque, supuestamente, comienza un periodo que, a priori, debería resultarnos apasionante e, incluso, impredecible, si bien, en nuestro fuero interno, sabemos que un tiempo sucede a otro tiempo, que detrás de un día comienza otro y que el único misterio es la rutina cotidiana a la que tampoco estamos muy dispuestos a renunciar. Vivimos en una sociedad donde los cambios suelen ser a peor. Me gusta y me apetece reivindicar la noche de Reyes, quizá añorando las antiguas ilusiones de mi infancia, aunque caiga en la trampa comercial del foráneo Papá Noel. ¿Qué se le puede pedir a los magos de Oriente? Me uno al deseo común y general de exigir y demandar la utopía de la paz entre los hombres y los pueblos; hago causa común con las acciones y palabras esperanzadas de gentes de buena voluntad que claman por un mundo más justo que permita una convivencia pacífica; me uno al coro de voces reivindicativas que claman, siempre en el desierto, y sueñan con una redistribución de la riqueza más equitativa para que las diferencias entre ricos y pobres se reduzcan, imposible pensar que puedan desaparecer, y así sucesivamente. Comparto esas peticiones y deseos sabiendo que, por desgracia, nunca se cumplirán porque las utopías son, sencillamente, inalcanzables. Ni la noche de Reyes, con ser una noche mágica, permite esos buenos pensamientos ya que hacer realidad esas ilusiones no depende de nuestros deseos y sentimientos sino del poder y debilidad de los hombres que disfrazados de caritativos y pintorescos magos juegan con nuestra ignorancia, nuestra buena fe y con la confianza que depositamos en ellos, al igual que lo hacíamos en nuestra niñez. Por eso gacha la cabeza y cada vez menos vulnerable mi conciencia a los grandes problemas de la humanidad limito mis peticiones a hechos y cosas que me rodean, afectan y benefician más directa y personalmente. Así que mis peticiones se reducen a que mi ciudad mejore, que las calles están más limpias, que no me suban los impuestos, que me aumenten el sueldo y los precios se mantengan, que las carreteras de la comarca abandonen de una puñetera vez el tercer mundismo y, sobre todo, que la campaña electoral que se avecina no enrarezca, más si cabe, el ambiente ciudadano. O sea, repetitivamente, lo de todos los años.

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