MOLÍN AMPUERO Manuel Cuenya
Un cura como Dios manda
A estas alturas de la ética, y en estos tiempos de sexo y rock and roll, nadie debería sorprenderse y asustarse porque un sacerdote mantenga relaciones sexuales. El sexo es connatural al ser humano. Tenemos que aceptar nuestra condición de primates, monos vestidos, sofisticados, en este zoo cósmico del que todos formamos parte. Y un sacerdote, por muy sacerdote que sea, es un ser humano ante todo, y sobre todo. Como tal humano siente la necesidad de sexo. No seamos ingenuos. Otra cosa es que uno sea capaz, por medios extraordinarios y/o extraterrestres, de reprimir su instinto sexual y por ende abstenerse. Hace unos días se montó un escándalo en Chihuahua, Méjico, porque se difundió un vídeo en el que el padrecito de marras mantenía relaciones sexuales con su secretaria. Siempre que la secretaria sea cómplice, no vemos mal alguno en el asunto. También hace algún mes veíamos El crimen del padre Amaro, una película mejicana basada en un hecho real, en la que un cura jovencito se dejaba seducir por los encantos irresistibles y la pasión delirante de una muchachita lindísima. Ya sabemos que los curas hacen votos de castidad, pero la castidad se debe llevar en el alma, que no en el cuerpo. Uno debe ser noble, espiritual y sublime en todo momento, mas el sexo no nos impide ser espirituales y saludables. Podríamos decir, incluso, que a través del sexo uno puede purificar su alma. Muchos, por no decir casi todos los trastornos psicopatológicos, provienen de carencias afectivas. Y el sexo no deja de ser un acto que entraña mucho amor. Escribir, dicho sea de paso, también es un acto de amor. Hay demasiado cacao mental acerca de esto. Ahora resulta que el sacerdote mexicano debe someterse a ejercicios espirituales y un tratamiento psicológico. Como si este cura estuviera trastocado. Cuando este señor goza, a buen seguro, de una salud realmente equilibrada. La sociedad sigue siendo muy hipócrita. Nadie en sus cabales puede creer que un ser humano no sienta deseos sexuales, salvo que éste tenga determinados trastornos. Cualquier persona, llamada normal, siente deseos sexuales. Que nadie se equivoque ni pretenda sumirnos en la ignorancia, que ya somos mayorcitos. Los humanos somos los juguetes de Eros y Thanatos, divinidades terribles. Algo que, por lo demás, ya nos contara Freud. Eros y Thanatos son nuestros motores vitales. Sólo nos mueve el deseo y la muerte. Admitir esto puede resultarnos crudo, pero debemos ser conscientes de la realidad. Cuando uno es adulto conviene vivir de claridades y lo más despierto posible, que ya se encargará la sociedad de ocultarnos la verdadera esencia de la vida.