Diario de León

MOLÍN AMPUERO Manuel Cuenya

El amor no es la ostia

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León

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«El amor no es la ostia», leo en uno de esos carteles que pretenden hacer campaña de prevención de malos tratos para jóvenes. Hace tiempo que lo vi escrito en algún lugar de cuyo nombre ya no me acuerdo. Debería hacer memoria. Pero lo importante en este caso es la frasecita de marras. Una frase o eslogan que entraña como cierta perversión, o un doble sentido satánico. Todos los dobles sentidos atesoran algo de maldad en su interior doblado y redoblado. A uno le gusta analizar las frases hasta encontrar un sentido o un sin sentido. Lo interesante, en este caso, es encontrar. Esto de andar sacándole punta al manubrio de las palabras es como una vocación. Es sabido que cada cual afila lo que puede o le dejan. Y a este menda lerenda le entusiasma enredarse en las palabras, jugar con ellas, hacerles arrumacos, si se dejan, como cuando uno era pequeñín y se divertía jugando a médicos y enfermeras, a las canicas o al dólar. Jugar es algo que uno, incluso en época de madurez, no debe abandonar. Uno debe ser un eterno adolescente. Un niño juguetón y alegre. No olvidemos que la vida es un juego, en ocasiones, muy hermoso, y que el amor también es un juego divertido y sensual, bestial y estimulante, destructivo y amargo, bello y comestible, agridulce y subyugante. Esto de escribir ostia sin hache queda como muy esnob. O muy paleto, según como se mire. Te ayuda, quizá, a pensar en la hostia consagrada como algo redondito, sin la hache de hartazgo. Te invita a creer en una redondez voluptuosa, en una de esas flamencorras que pintara Rubens. Y por supuesto te convida a un banquete entrañable, platónico, eucarístico, dionisiaco. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dánoslo hoy. Y mañana... Cuando escribes ostia sin hache es probable que estés pensando en zamparte la oblea con amor verdadero y santa devoción. Nomás. Ostia sin hache me traslada a las afueras de Roma, esa ciudad eterna, o museo al aire libre, colorido y apetitoso, que tan bien nos mostrara Fellini en sus películas. El amor no es la hostia consagrada ni el hostión que te puede sacudir la damisela de turno en todo el morro. Y no rechistes, que te espanzurro otra, que ni te meneas. El amor tampoco es el hostiazo que le propina el machito chulo y macarrón a la mujer constreñida, estreñida, que se siente indefensa, y encima le tiene como terror al capullo de su esposo. El amor, en cualquier caso, debería ser la hostia en comunión. Tú me la das a mí, y yo, en gesto de amor y entrega, te la deposito en esa lengua cariñosa que cada día lame mis lágrimas y heridas de romántico empedernido. L''amore è nutrimento spirituale, que diría una italiana. Qué lindo. ¿No?

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