Diario de León

FRAGUA DE FURIL Manuel Cuenya

Un día en El Plantío

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León

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Caminaba un día de los corrientes por El Plantío, que es un lugar por el que paso a menudo, cuando me crucé con dos mujeres paseando a una niñita en un carrito. La niñita tendría unos cuatro o cinco añitos. Más o menos. Y las mujeres que la conducían eran ya cuarentonas. Supongo que una sería su mamá, y la otra una amiga de su mamá. Me quedé como apijotado cuando una de las mujeres, con cara de perra en celo, le suelta a la chiquitina: ¿a quién le llamas mentirosa, cegarata? Ver para creer. La frase encierra en sí misma una crudeza hiriente, soez, marimandona, inadmisible, se mire como se mire. No se le puede insultar de este modo a una niña. Y luego hablan del maltrato que sufren las mujeres. La crueldad humana-animal puede llegar a extremos delirantes. Como para mear y no echar gota. Qué bestia, la tía. Qué burra. No se cortó ni un pelo del pubis, la muy jeta. Con una mujer así, lo mejor es hacerse el haraquiri. O bien mandarla a una escuela primaria a que le dén un poco de educación cívica. La pequeñina tenía carita angelical tras sus gafitas de preescolar aplicada. No hay nada peor que se metan con los posibles defectos de alguien. A cualquiera se le pueden buscar las vueltas. Pero no se debería entrar a saco, sobre todo cuando no ha menester. Y menos con una niña, que de seguro y para más inri era su hija. Si los niños pueden llegar a ser unos perversos polimorfos, tal y como nos dijera el doctor Freud, los adultos, amparados en una supuesta superioridad paternal e irracional, te pueden dejar en la mierda en cuanto te entran a matar con el espadón de las corridas taurinas. Qué terribles podemos llegar a ser las bestias humanas. Me hubiera gustado, sin embargo, darle una réplica a la bruta de marras. Decirle que se cortara un poco. Que no se ensañara con la cría. Que midiera sus palabras. Que anduviera con cuidado. Pero me contuve, habida cuenta de que uno vive en un sitio en el que todo quisque acaba conociéndose. Y continué el camino. Además, tenía algo de prisa. Lo cual no es ningún pretexto para pararle la lengua a la madre taruguina que pretendía dejar fuera de juego a la niña gafosita. Quede claro. En Ponferrada, que en el fondo es un sitio pequeño, no conviene hacerse enemigos gratuitos. Aunque esta situación, verdaderamente espantosa, no fuera nada gratuita, ni algo que uno pueda saltarse a la torera. No se les puede maltratar así a los niñitos. Ni a nadie. Luego los niños crecen bajo angustias y traumas que nunca olvidarán. Y ahí que nos cargamos de problemas y problemones. Tanta violencia nos conduje irremediablemente a un destino sanguinario.

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