Diario de León

LA GAVETA César Gavela

Pedro de Castro

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León

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La última vez que hablé con Pedro de Castro fue en 1976. Tantos años después, su rostro casi se ha borrado del todo de mi memoria, pero no su voz. Misteriosamente, recuerdo algunas conversaciones que mantuvimos en Madrid, en la primavera de aquel año. Charlas inocentes, ocasionales, pero que fueron las últimas. Charlas que, normalmente, uno olvida a los pocos días, casi a las pocas horas de su realidad temporal, pero que, no se sabe por qué, perduran, como girones de niebla, alrededor de un rostro, de una ciudad, de un tiempo. Este recuerdo se ha activado esta mañana en mi cerebro cuando supe la muerte de Pedro de Castro, del que tampoco sé con exactitud en que día falleció, pero de cuya figura creo que guardo lo principal: la presencia de un hombre muy trabajador, muy honrado, muy bueno, cualidades que comparten su mujer y sus hijos. Añadiré que, como me enseñaron, tengo a la bondad por el mayor mérito al que puede aspirar un ser humano y también creo que, por lo general, la bondad suele ser el mejor atributo de la inteligencia. Pedro de Castro nació en Ponferrada hacia 1935. De origen muy modesto, se casó jovencísimo y ya era esposo y padre en 1956. No es difícil imaginar un hogar como el suyo, de dos cónyuges poco más que adolescentes, con escaso dinero y un hijo, en un tiempo tan rudo. Por entonces Pedro era mecánico y trabajaba en un taller. Eso era todo lo que tenía. Pero a partir de ahí, con esfuerzo y talento, con su sana ambición y su honradez, logró montar un negocio propio. Andando los años, también adquirió una gran finca frutal en el Bierzo Bajo. Y cuando sus tres hijos tuvieron que iniciar los estudios universitarios, Pedro se lanzó a la aventura de Madrid, donde también salió adelante, amparado en su valía personal, en su amor a la mecánica. Mucho tiempo después, Pedro de Castro, como toda su familia, vivió la larga tragedia de la enfermedad y muerte de su hija Margarita, de la que yo había sido, tantos años atrás, breve y amoroso amigo. Esta gran desgracia tal vez fraguó la traidora enfermedad que en los últimos años fue anidando en el cuerpo de Pedro de Castro. Ahora él ya sólo es recuerdo. Evocación de una vida meritoria y ejemplar; sencilla y valiente. Porque uno ha tenido la suerte de conocer a muchas personas magníficas que nacieron en Ponferrada. Más lo cierto es que luego viene el tiempo y todo se lo lleva. Aún así, yo quiero que los ponferradinos que no le conocieron sepan que son paisanos de un hombre inteligente, laborioso y bueno que se llamó Pedro de Castro y que vivió en la calle Alcón, número 14.

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