Diario de León

MOLÍN AMPUERO Manuel Cuenya

Periodistas en el campo de batalla

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León

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Ser periodista no resulta nada fácil en este mundo de imbéciles y tarados, sobre todo cuando a uno lo envían como corresponsal de guerra a fotografiar el horror, a intentar hacer un reportaje de las bestias humanas que se dan de hostias en el campo de batalla, a realizar una crónica, en definitiva, del holocausto. La muerte de varios periodistas, entre otros Josús Couso y Julio Anguita Parrado, nos produce exasperación y destemplanza de ánimo. El periodista intrépido se lanza a la aventura en pos de noticias, siempre con afán de obtener los mejores resultados, convencido de que a él no le va a ocurrir ninguna desgracia. Nunca uno cree que le vaya a tocar la china, el petardazo. De lo contrario, y por muy profesionales y aventureros que nos sintiéramos, ningún periodista se atrevería a ir a la guerra. Cierto es que el riesgo nos proporciona vida y estimulación. Pero demasiado riesgo es ya un roce siniestro con la muerte, un estar con un pie en el cementerio y otro en la propia sepultura. Es curioso. La vida deja de tener sentido cuando es una vida sin riesgo, una vida apagada, al borde de la depresión, oscurecida por la nada. Sólo la vida es vida cuando ésta implica riesgos, porque en el peligro está la emoción intensa. ¿Cuál es en verdad el sentido de la vida? Si todos nos quedáramos en casa, viendo el tiempo pasar desde el corredor o la terraza, o contemplando la belleza contenida en un jardín, es probable que a nadie le ocurriría nada que pusiera en entredicho su vida. Viviríamos en una paz perpetua, en una felicidad inquebrantable. Y nos moriríamos de puro viejos, tristes y desamparados. La guerra siempre es criminal, no nos olvidemos, y no hace concesiones, ni respeta a nadie, ni a periodistas ni a los pobres niños indefensos. La guerra no distingue a militares y paisanos. La guerra no sólo no distingue a unos y a otros, sino que se ensaña con aquellos a quienes considera peligrosos, como es el caso de los periodistas, que se encargan de mostrarnos la carnicería con pelos, sangre y señales varias. Si a ello añadimos que los militares se chutan y trastocan debido a la guerra, la confusión está servida. Y en vez de una cámara de TV pueden llegar a ver un carro de combate o lo que se les pase por la chola. Cervantes, en su Quijote, nos cuenta con extraordinario ingenio y sentido del humor algo parecido. Ves allí, amigo Sancho Panza, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas. ¿Qué gigantes?, dijo Sancho. -Aquellos que allí ves -respondió su amo-... -Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento.

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