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Publicado por
León

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En estos días se habla mucho de la calle Felipe Herce, pequeña cima donde está previsto que desemboque el nuevo elevador panorámico que partirá desde la cuesta del general Vives. Leo el nombre de Felipe Herce y la memoria me lleva a los días de su muerte, hace muchos años, cuando yo era un niño, en los primeros sesenta. Felipe Herce era un periodista de Ponferrada que hablaba por la radio y que se hacía llamar Alexis, un apodo delicado y grecolatino, inusual en el ambiente bronco de aquella Ciudad del Dólar. De una comarca que, por otra parte, sentía por Alexis reconocimiento y estima. La noticia de la muerte prematura de Felipe Herce se comentó mucho por casas y cafés, por almacenes y tertulias. Un rastro ocasional de aquel fallecimiento me llegó desde la voz de los mayores. Y en lugar de olvidarme al poco de este asunto, como de tantos otros que escuchaba al vuelo en casa, de boca de mis padres o de mis tíos, la muerte de Felipe Herce se consolidó en algún rincón de la memoria. ¿Por qué? Yo creo que fue porque Felipe Herce era periodista, el único oficio romántico al que uno podía aspirar en aquel tiempo en Ponferrada. Desde entonces Felipe Herce fue para mí una sombra, y poco después el silencio. Uno de tantos convecinos difuntos que sólo son un rumor, un teatro misterioso en el que también se aloja otro periodista local, Luis Regales. Pero Felipe Herce tiene una ventaja en mi memoria: aunque nunca supe quien era, qué aspecto tenía, puedo activar sus palabras en el recuerdo. Sus palabras por la radio. Es muy fácil volver a escuchar una música, que era de zarzuela. Y después de la música, las palabras de una mujer, probablemente Yolanda Ordás, que anunciaba el programa que Alexis había creado y dirigía: "Ventanal de la ciudad". Aquellos cinco o siete minutos de la palabra de Felipe Herce eran el cotidiano momento sacramental de la urbe. Una cierta invitación cosmopolita. Una homilía laica que se atendía con gran interés y complicidad en todos los hogares de Ponferrada, lo mismo ricos que pobres, de izquierdas o de Franco. Luego venía el postre, los hombres se iban al café, y allí comentaban las palabras de Felipe Herce, su gambeteo con la entonces imposible libertad de expresión. Poco después, Felipe Herce murió. Y ahora sale, incidentalmente, de la penumbra del olvido. Felipe Herce vuelve desde esta plataforma del elevador y cae en medio de la urbe actual, tan crecida y moderna, no sé si también tan olvidadiza, y dice aquí estoy yo. Existí. Fui periodista de Ponferrada en los años duros.