Diario de León

LA FRAGUA FURIL Manuel Cuenya

Argentina, un sueño de infancia

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León

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Hace tiempo, mucho tiempo que tenía ganas de acercarme a la Argentina, ese país que a uno se le antoja extraordinario, incluso sin haber puesto nunca los pies allá, que dirían los argentinos. Es como cuando a Fellini le preguntaron qué opinión tenía sobre Viena, y a él se le ocurrió decir que le gustaba mucho esa ciudad aunque nunca había estado en ella. Parece extraño, mas en ocasiones a uno le gustan cosas, gentes o sitios que no conoce. A lo mejor es que uno viajó a la Argentina alguna vez, o en otra vida, y nos quedan esas impresiones. Bromas aparte, creo que este lejano y exótico país (en realidad nos sigue pareciendo lejano y exótico) nos conmueve porque en tiempos fuera la morada de muchos españolitos, que escapaban de las garras dictatoriales, la gran casa de todos aquellos emigrantes que viajaban al nuevo mundo en busca de un porvenir, que en España no había. ¿Quién no tiene algún familiar directo o indirecto en la Argentina? Entonces nuestro país era el tercer mundo, el Bierzo tal vez fuera el quinto mundo, y Argentina tenía rostro de primerísimo mundo. Conviene recordar que cuando en nuestro país se vivía en la miseria, Argentina era como un paraíso. El paso del tiempo a menudo resulta nefasto. Y en la actualidad, aunque esta república ya no parezca estar bajo el mando y terror militares, sigue viviendo uno de los peores momentos de su historia. Desbarajuste económico. Pobreza. Desánimo. Eso se nota en el ambiente. Se respira el descontento entre la población de a pie, que ya no cree en ningún político corrupto (valga la redundancia). Al fin, y luego de muchos años, he logrado adentrarme en Argentina, que en el fondo es como un sueño de infancia. Los sueños no siempre se cumplen. Los sueños, como los años, en ocasiones, quizá en demasiadas ocasiones, no se cumplen más. Pero esta vez mi sueño se ha cumplido. Sin embargo, siento que mi paso por este país me ha dejado contento y triste a la vez. Contento por haber visitado el país. Y triste por algunas personas que conocí y tantos sitios que no llegué a conocer. Me enteré, no obstante, que también viven algunos Cuenya en La Plata. Me hubiera gustado quedarme mucho más tiempo en este país, que me enganchó, pues sólo así se llega a medio conocer y/o medio entender la realidad o irrealidad que se vive. El tiempo no perdona. Uno acaba siendo desafortunadamente un mártir del tiempo. Hace unos cuatro días que he regresado al útero berciano, y me estoy muriendo de ganas por volver a la patria de Ricardo Güiraldes. Dejaré sencillamente que fluya mi nostalgia. Si me lo permitís, estimados lectores, utilizaré el glorioso final de Don Segundo Sombra. Me fui, como quien se desangra.

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