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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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SE HA jubilado en Ponferrada don Julio Morán Ramírez, zamorano de las tierras del Valle y sacerdote diocesano de Astorga, que es un obispado de límites antiguos e indescifrables porque sólo el misterio puede explicar que formen una misma demarcación el Bierzo minero y frutal, el bravo oriente de Ourense, la enigmática Cabrera, el Órbigo feraz, la silenciosa Valduerna, la verde Sanabria, el Aliste del olvido, la sosegada Cepeda o la Tábara remota. En cualquier caso, la geografía de la diócesis de Astorga es algo muy serio porque lleva más de mil seiscientos años en pie, que se dice pronto, y la propia España es una hermana pequeña de ese mundo episcopal que entronca con el imperio romano. Don Julio Morán estudió en Astorga y luego se fue a Salamanca, a dominar las lenguas clásicas, y a partir de entonces ya fue siempre salmantino, porque Salamanca, como Sevilla, tiene un sabor especial, y un color ocre dorado, y ese privilegio de saber que allí estudiaron los mejores, casi todos: Quevedo, fray Luis de León, Góngora y tantos otros hasta llegar a Miguel de Unamuno, un hombre sabio que fue a la vez vasco y salmantino porque sólo los brutos son una sola cosa. El padre Julio fue profesor del colegio de San Ignacio durante casi cuarenta años. Un gran profesor. Un gran sabio de Roma y de Grecia. Un hombre que cumplía con sus docencias y con otras labores que luego venía a casa y se ponía a leer a Virgilio, a Horacio y a otros grandes amigos suyos, que siempre fueron compatibles con otra gran afición del padre Julio: el fútbol. Afición serena y muy eficaz, porque los grandes triunfos de los equipos infantiles del colegio de San Ignacio no existirían sin el empeño de Don Julio Morán. Sin su entusiasmo, tan zamorano y algo zumbón, servido siempre en su voz grave del campo. Yo fui amigo de don Julio durante muchos años, y lo soy, aunque le vea poco. Supe que tuvo un accidente muy serio no hace tanto, y me alegro de que vaya superando tan dura prueba. En tiempos, solíamos encontrarnos en la plaza de Fernando Miranda, antes de la remodelación, junto a un banco, leyendo el periódico. Luego tomábamos unos vinos y hablábamos de amigos comunes, del fútbol o de Virgilio, y nunca olvidaré que gracias a don Julio, a las clases particulares que me dio -gratis- en un verano viejo, pude superar en Oviedo el infame examen de la madurez del Preuniversitario. Don Julio Morán: larga vida te desean los romanos y los griegos, y yo, modestamente.