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Publicado por
JOSÉ ALVAREZ DE PAZ
León

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EN MUCHAS casas de nuestros pueblos hay una silla baja (no confundir con el tayuelo rural o la descalzadora urbana), sólida, bien ensamblada, con buena base, dispuesta a durar como trono compartido para niños y mayores por generaciones. Como en cada pueblo había un carpintero mañoso, él la había diseñado para sobrevivirle. Ahora que apenas quedan niños en las casas, porque a pesar de los esfuerzos del conde Gatón por repoblar la Maragatería y el Bierzo, Castilla y León ha perdido medio millón de habitantes en los últimos 40 años, más de los que tiene ahora esta provincia, las abuelas disfrutan la silla baja casi en exclusiva para machacar castañas, cascar avellanas, pelar patatas, rezar, dormitar, leer y repasar calcetines. Para hilar la rueca nos sirve, pero en los atardeceres del verano y al caer el sol tibio del otoño, la silla baja se asienta en la puerta de la casa para conversar, más o menos, con todo hijo de vecino que por allí pase, cumpliendo así una función social de comunicación, contraste de pareceres y debate reposado sobre los diarios aconteceres en la pequeña comunidad. Algo así quiere ser esta columna, atenta a las cosas que pasan, con ánimo positivo, desde la libertad de criterio y el optimismo vital de quien firma. Pasan cosas todos los días; basta con abrir los ojos e implicarse, ya que estamos vivos y caminamos juntos, desoyendo el consejo de Juan de la Cruz, grandísimo poeta: «date al descanso, echando de ti cuidados y no se te dando nada de cuanto acaece». Esa puede ser una buena actitud contemplativa, no una buena disposición social. Hace unos años llenando una espera en un aeropuerto de Italia, llamó mi atención una foto de Stoichkov, el 8 del Barcelona, equipo de mis amores por aquello de César y Calo, de raíces nocedanas y apellido compartido. ¿Su nombre, Cristo, tiene que ver con Jesucristo?, preguntaba el periodista. «Yo me llamo Jristo, pero no hago milagros. Bastante milagro es estar vivo y caminar hacia delante». Así se expresaba aquel hombre luchador, indisciplinado, solidario y comprometido con su pueblo. En ello estamos, sin más pretensiones y desde la humildad de lo seguramente prescindible. Si lo que después venga puede ayudarnos a caminar, no habremos perdido el tiempo.