LA FRAGUA DE FURIL
La Encina y la música «folclor»
Hacía tiempo que no me quedaba a ver las fiestas de La Encina. En realidad, este año tampoco anduve mucho entre el jolgorio y los pasacalles, las carrozas y los carromatos, los fuegos artificiales y las fanfarrias... Dos días de introito, no más. Acaso los suficientes para hacerme una idea aproximada de lo que puede dar de sí una fiesta popular. Como cada año aproveché estos días de veranillo y libertad para darme un garbeo por otras tierras. Los dos últimos años los pasé (los he pasado, pues esto queda como más finolis) en las ferias de Salamanca, que es una ciudad harto literaria y muy torera, y este año me dio por acercarme a Madrid, que es sin duda una ciudad con regusto a calamar frito y a jamón serrano. Los alrededores de la Plaza Mayor siguen oliendo mucho a calamar y/o boquerón frito. Madrid es una ciudad a la que uno le encanta ir de vez en cuando para pasear o disfrutar con alguna película, obra de teatro o algún concierto. Y es que a uno le encantan los chutes psicodélicos y las adormideras culturales y los saraos seudoculturales. Qué se le va a hacer. A otros les da por jugar a trapos sucios y casitas desordenadas, a médicos enrevesados y enfermeras rejoneadoras... Como cuando éramos unos rapacines, y el mundo se nos mostraba bello y sincero, pulcro y ordenado. En el fondo de nuestro subconsciente no anidaba ninguna perversión polimórfica. Los dos días que pasé en Ponferrada, los dediqué, entre otros asuntos, a asistir a los conciertos de música rock y a los de música folclórica o celta, que así le dicen ahora a la música tocada con gaitas. Confieso que ésta era la primera vez que entraba en el Auditorio Municipal, y me pareció un sitio espléndido para las noches con luna llena y estrellas visibles en el firmamento. A los conciertos de rock fui más que nada por escuchar a Alberto Madisson y su banda, así como al grupo Deviot, al que pertenece la simpática Farah. Tampoco quise perderme a Carlos Núñez, Gwendal y Budiño. De todos ellos Carlos Núñez fue quien logró emocionarnos tocando conocidas melodías, como una que le dedicó al músico fallecido del grupo irlandés The Chieftains, que corresponde asimismo a la banda sonora de Barry Lyndon, esa preciosa sucesión de pinturas en movimiento que es la película del maestro Kubrick. O esa otra armonía, que es versión de la Penguin Cafe Orchestra, «Música para un harmonium encontrado», con que despidió el concierto el mago de la música folclórica. El Cristín continúa el «folclor».