LA GAVETA
San Esteban de Valdueza
LLEGUÉ de noche, hacía mucho tiempo que no llegaba. Porque a San Esteban de Valdueza no es tan fácil entrar: uno se marcha por el ramal de Villanueva camino del Campo de las Danzas, o por el de Peñalba y Montes, y con esas liturgias San Esteban se queda aparte, en la base, solo y solariego, viendo pasar a la gente. Pero ya digo que esta vez entré, después de tantos años. Tantísimos que pasaron entre el sábado 6 de septiembre y el tiempo remoto de la infancia, cuando San Esteban era el destino de la primera excursión de los niños de Ponferrada. Destino idóneo, apenas siete kilómetros por el medio, una cuesta llevadera, un atajo entre las vides y esa cresta pequeña que cambia el paisaje y que esconde a San Esteban, que lo tiñe de otra tierra, que es lo que gusta al caminante. Creer que está lejos estando a un paso. Y muy lejos de Ponferrada estuve el otro día. Allí, en la vecindad del monte, en el pulso vegetal de San Esteban, en la humedad del pequeño valle, entre un vivir de confianzas. De mujeres y de hombres que cuentan horas y familias, lluvias y fiestas, muertos y canciones. San Esteban, anochecido, era todo árbol y piedra, luces y prados rodeados de muros, casas por lo general muy bien conservadas, y algunas con bellas bibliotecas que daban al verde. Y fui porque me invitaron a cenar en San Esteban, en la casa de don Berti Tejerina, que no hay en el mundo hombre más parecido a Chillida, y en esa frase yo llevo entornada una buena mentira porque tan cierto es que Berti se parece a Chillida como que el difunto Chillida se parecía a Berti. Es cosa de perspectiva. De escultura verbal. De miradas. Y Berti, cano y aguileño, nos ofreció su casa y su patio, el corredor encima de la mesa, el orden viejo de la madera bien cuidada, de la casa bien vivida, de su mujer céltica y generosa, de sus hijos y nietos, de la gran quietud que todo lo puede, y allí me acomodé muy contento, en aquella posada de peces y palabras, de dulces y empanadas. Anduvimos hasta muy tarde enredados con las historias, que de ellas se vive. Gente que pasó, que nació, que murió. Cuentos, risas, café y muchos aguardientes artesanos que Berti fabrica. Se sentía que el tiempo estaba cerca, con toda su profundidad y su leyenda. A un palmo. Y había una sencillez de fondo, en la que vivir se debe. Con amigos pasé la velada en San Esteban de Valdueza. El río estaba cerca, por el río corrían las aguas y las risas, y Berti ya buscaba otro aguardiente.