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Publicado por
JORGE VILLA
León

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ESTA COLUMNA que cada semana publican mis amigos de Diario de León versa en mayor o menor medida sobre El Bierzo. Fue el único requisito que se me puso cuando hace ya casi dos años comencé a pergeñar paridas articulísticas en estas páginas. Creo haberlo cumplido y prometo continuar con esta máxima a partir de mañana. Sin embargo hoy, lo siento, cambiaré de tercio para hablarles sobre mi relación con el desaparecido Manuel Vázquez Montalbán. Porque este grandísimo intelectual me resulta decisivo para comprenderme, porque se lo debo como tributo. La historia comienza allá por agosto del 89 cuando un jovencito que odiaba la lectura cayó extrañamente enfermo y se tiró unos setenta días ingresado en una clínica de Vallulis con tubitos, catéter, pleureback y toda una bizarrada de aparatejos adosados a su enclenque cuerpecillo. Tras el acojonamiento de las primeras horas y el sempiterno miedo a la muerte, la desidia y el tedio inundaron la habitación. Papá, uno de esos hombres que merece la pena conocer a pesar de que me trajera al mundo, apareció al tercer día y aún a riesgo de que se los tirara a la cabeza con varios libros y revistas. El Gigantes del Basket, el Man¿se agotaron pronto y no me quedó más remedio que comenzar a leer. Mamá, otra de las personas a las que merece la pena conocer a pesar de que trajera al mundo a un tipejo como el que les escribe me dijo: "Mira, papá te ha traído varias novelitas de Carvalho, policíacas, son muy entretenidas ya verás". Y comencé con "Los mares del Sur", luego vinieron "La soledad del manager", "Tatuaje"¿, descubrí a un tipo perdedor al que le encantaba quemar novelas en la chimenea mientras reflexionaba sobre sus casos y su vida; que estaba enamorado de una prostituta, que recorría el Chino con el inútil del biscúter, que sólo se relacionaba con el lúmpen pero degustaba la buena mesa y disfrutaba del boxeo. Carvalho era feo, bajito y gordo, o así me lo imaginaba y me recordaba a un detective americano. Con el tiempo supe que era una revisitación de Marlowe pero, gracias a las múltiples lecturas, entendí que no dejaba de ser Maigret. Y el adolescente que flipó con estas historias duras, se curó, se apasionó por los libros y se hizo mayor pero jamás dejó de leer a Montalbán en todas sus vertientes, porque en el fondo piensa que Pepe Carvalho era Manolo vestido de tristeza o que Pepe Carvalho firmaba como Montalbán cuando se vestía de Domingo y le daba por escribir.