OPINIÓN
Hambrientos
DICE LULA que otro mundo es posible. Y en Brasil le han creído. Dice que en nuestro mundo hay «una peligrosa acumulación de tensión entre la opulencia, que no se reparte, y la miseria, que no retrocede», y que es hora de hacer algo. Que el hambre no puede esperar. Dice bien, aunque muchos sigan obcecados en darle la espalda a la realidad -la de las pateras, la de la emigración, la de la violencia- parcheando el problema con fronteras y visados, cuando no se empeñan en matar moscas a cañonazos, como en Irak. Al presidente brasileño, reciente Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, le tachan de utópico porque habla de resolver el problema del hambre y de un reparto más justo de la riqueza. Y lo triste no es que Lula sea un quijote moderno. Lo triste es que tenga que serlo. Que hablar de acabar el problema del hambre, algo tan primario, se siga viendo como una utopía, a pesar de que hace más de medio siglo que el mundo se dotó del instrumento más válido para solucionarlo; ese esbozo de gobierno planetario que puede llegar a ser la ONU si todos los estados miembros se lo tomaran en serio. Si los grandes intereses nacionales -los geopolíticos, los económicos, al fin y al cabo- no lo tuvieran en barbecho. Cuando pienso en el papel secundario de la ONU, no puedo dejar de compararlo, en otro nivel, claro, con el papel de comparsa que le ha tocado representar al Consejo del Bierzo. Ese quiero y no puedo. No se trata aquí de resolver ningún problema planetario, ni de invertir la poderosa corriente de la avaricia mundial, el «fanatismo ciego» del dinero del que hablaba Lula en el discurso que pronunció en Oviedo. Se trata de algo más sencillo. Se trata de convertir al Consejo del Bierzo en un instrumento real de gobierno. Útil. Que llegue donde no lleguen otras administraciones. Que no se solapen sus actuaciones. Y para eso no basta sólo con recibir competencias de administraciones superiores -algunas cosas funcionan mejor, con controles más eficaces y con menores tentaciones, cuando es una administración grande la que maneja los dineros-. Para eso también tienen que desaparecer entidades menores como son las mancomunidades, que crecen como setas, y se dedican a tareas que bien pudieran resolverse desde el ámbito comarcal. El problema, como en todo, son los intereses creados. Las componendas. La proliferación de cargos, de sueldos dudosos, cuando no innecesarios, allí donde aparece una institución pública, por pequeña que sea. Como Lula, pero de otra forma, nuestros políticos también parecen interesados en el reparto de la riqueza. Nos están demostrando, no sólo en el Consejo del Bierzo, que siempre han estado más preocupados por convertir la política en un trabajo bien remunerado, que por resolver los problemas de los ciudadanos. Y así se junta el hambre con las ganas de comer.