Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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EL MITO de Sísifo nos sirve como escenario para plantearnos el absurdo que supone vivir esclavizado a las redes malévolas del capitalismo salvaje y «despotrado». El capitalismo no deja de «encularnos» y no por ello nos sentimos jodidos. A veces uno piensa que lo mejor sería vivir en la inopia más absoluta, porque sólo así llegamos a soportar la terrible realidad que nos envuelve. Lo malo del asunto es que uno sea consciente de la esclavitud que genera el capitalismo en esta sociedad despótica y despiadada con aquellos a los que les ha tocado vivir trabajando sin descanso hasta el fin de sus días. Trabajar, siempre que el trabajo no sea rutinario ni impuesto, puede resultar incluso beneficioso para la salud. Mas el trabajo obligado nos esclaviza y nos convierte en seres infelices. Lo trágico de este mito, nos dice Camus en su ensayo, es cuando somos conscientes de lo absurdo que significa vivir esclavizado a un trabajo que hacemos sin ilusión. El obrero trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Lo rutinario acaba convirtiéndonos en seres apagados, faltos de chispa. Luego todo son depresiones y angustias. Es como si estuviéramos atrapados en un mundo sin horizontes, del que no pudiéramos salir. Este mito consiste, como ya sabéis, en que los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Cuántas personas trabajan sin esperanza en este mundo subdesarrollado y pobre en el que sólo unos pocos, privilegiados que son ellos, gozan de una vida digna de ser vivida. Cualquier trabajo es digno, siempre que se realice con cariño y honradez, esa es la verdad. Mas los que son indignos son quienes no se hartan de explotar al trabajador. Quien más trabaja no es quien más gana, sino al contrario, quien más trabaja suele ser muy a menudo el más perjudicado, quien más pierde. Vemos a los bercianos del Alto doblando el lomo para apañar no sé cuantos miles de kilos de castañas. Es un esfuerzo considerable, que traducido en pasta se queda en una miseria, porque al final quien hará negocio con las castañas son los «intermediarios». «Ir a apañar castañas ni siquiera cubre el jornal del dueño de las castañas», asegura mi padre. En nuestro país siempre son los mismos mangantes quienes se llevan el gato al huerto. Estamos hasta las pelotas.

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