Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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HUBO UN tiempo en que algunos llegamos a creer que Noceda era la Suiza berciana en medio de una comarca desconocida, yerma, sangrada por políticos tuercebotas y empresarios acaparadores. Érase una vez un señor, se llamaba Julio, al que le entusiasmaba componer odas. Algunas las compuso en honor a su pueblo, Noceda del Bierzo. Julio era un hombre sencillo que, además de escribir versos, disfrutaba viendo jugar a los rapacines a la Rana en horas de siesta. Entonces era habitual jugar a ese juego, que consiste en hacerle tragar fierros a una rana hecha también de hierro. Los fierros de marras no son más que tejos. De ahí la expresión tan conocida de «echarle los tejos a una churri». Pero este es otro cantar de coqueteo. Julio, el poeta, fue uno de los muchos emigrantes que hicieron su maleta de madera en la posguerra y probaron fortuna en algún país por aquel tiempo desarrollado. No sabemos si vivió en Francia o en Suiza. O en ambos. Lo que si sabemos es que Julio llegó a decir que Noceda era la Suiza berciana. Y ese símil nos ha dado mucho que pensar. Suiza es uno de esos países a los que emigraba el personal. Incluso ahora hay algún emigrante de Noceda allí. Suiza siempre fue un país tranquilo y civilizado en el que los habitantes, oriundos y extranjeros, convivían en armonía, juntos pero no revueltos. Un país que podríamos calificar de perfecto en su funcionamiento, si no fuera porque la perfección, si existe, sólo está reservada a los santos y divinidades. A Suiza iban los bercianos a trabajar y ganar unas perras. Trabajo, mucho trabajo, y sobre todo mucho ahorro. Sólo así los emigrantes conseguían un dinero extra que, al regresar les permitiera vivir más holgadamente. Suiza era como el paraíso congelado al que acudían los bercianos en busca de un trabajo digno. Pues este era un país respetable, aunque nunca haya dejado de ser el banco mamao de los estafadores que en el mundo han sido, entre otros, Salinas de Gortari, de cuyo nombre ya ni se acuerdan los mexicanos, a quienes se la encasquetó de pura madre. Qué pendejo. Con el tiempo, países y gentes se vuelven fachorros, quizá porque desconfían de sus semejantes. No se fían ni de las zapatillas que llevan calzadas. Y es lo que ocurre con Suiza, aquel país modélico, que se ha transformado en un monstruo xenófobo. Noceda, aun siendo un hermoso paisaje suizo, también se ha convertido en feudo facha. Es probable que siempre lo fuera. Historias espeluznantes se cuentan acerca de algunos matarifes.

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