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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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MUCHA EMOCIÓN me produjo saber a través de este diario que Rocasolano, el abuelo de la futura reina, fue futbolista de la Deportiva Ponferradina en la posguerra, donde demostró sus buenas maneras como interior izquierdo, un puesto muy técnico en el fútbol lento y clásico de antaño. Rocasolano pasó pocos años en Ponferrada y tiempo después fue taxista en Madrid, donde se jubiló. En la actualidad es un anciano de muy buen aspecto que vive con su esposa en Alicante, donde de vez en cuando le visitaba doña Letizia cuando su bella y decidida nieta era una chica soltera, luego casada con don Alonso Guerrero, después divorciada cuando se rompió el amor y a lo último prometida del Príncipe de Asturias. Ponferrada en 1944, cuando vivía aquí Rocasolano, tenía 14.000 habitantes. Haciendo cálculos elementales, cabe pensar que de aquellos paisanos han de quedar en la ciudad, vivos y residentes, no más de mil quinientas personas, y si descartamos a los que no eran aficionados al fútbol (muchos hombres y casi todas las mujeres), y a los niños pequeños, calculo que no llegarán a un centenar los vecinos que se acuerden, y casi siempre entre brumas, de aquel delantero madrileño. Con todos estos datos, y con escasas esperanzas, me lancé a las calles de la ciudad a buscar a alguien que me pudiera hablar de Rocasolano, pero no tanto como futbolista, sino como transitorio vecino de la urbe, y teniendo muy presentes los datos que hicieron públicos Emiliano -el entonces guardameta del club- y Abel Miranda -hijo del fundador- quienes coincidían en recordar que era un hombre presumido y elegante, algo sin duda muy meritorio en tiempos de hambrunas y pobrezas generales. Y sucedió que tuve suerte yendo por tabernas y plazas, encontré lo que buscaba: nada menos que a la patrona de Rocasolano, doña Venancia Campelo, la dueña de la casa donde vivió el antiguo futbolista en la ciudad, en la calle Juan de Lama, no lejos del entonces famoso restaurante Virginia. Allí tomaba sus vinos Rocasolano, allí hablaba con sus amigos de fútbol y de las carencias enormes de la época, de los trenes abarrotados en los que viajaba el equipo, de la guerra mundial que sucedía allende las fronteras, de las cárceles llenas y las faltriqueras vacías, del estraperlo y la consternación. Emocionada y feliz, algo sorda y nonagenaria, doña Venancia Campelo me dijo en su casa de la calle Hornos que Francisco Rocasolano era un hombre de bien que no le daba trabajo ninguno pues era muy limpio, muy serio y educado.

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