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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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EL LIMPIABOTAS o «engraxador de sapatos», que de este modo le dicen en Portugal, es un oficio que con el paso del tiempo ha dejado de existir, aunque en ciudades como Madrid o Lisboa sigamos viendo a algunos dándole cera y brillo a los zapatos de tiburones y turistillas. Hay oficios que tienden a desaparecer, incluso en el Bierzo, como el de capador de gochos o el afilador de tijeras, quizá porque ya nadie necesita de sus servicios. Eran aquellos oficios con los que muchos se ganaban el pan de cada día. Hoy, en cambio, el personal se dedica a farandulear día y noche en busca de subvenciones y aun otras ayudas subsidiarias. Nos hemos vuelto un poco haraganes, pues a muy pocos se nos ocurriría ponernos en la Plaza de Fernando Miranda de Ponferrada a limpiar las botas de algunos ejecutivos de medio pelo y aun de otros viandantes. Quien más quien menos intenta chupar de la teta, y el que sea disminuido que se meta a vender cupones o que se tire al monte a hacer el indígena o el hippy. Ni bohemios intelectuales quedan ya en nuestro universo hecho de idiotez, infamia y capitalismo bruto. El término «limpiabotas» se aplicaba antaño con desprecio, al menos eso recuerdo, a quienes no valían ni para tacos de escopeta. «No vales ni pa limpiabotas». De ahí que este noble oficio no tenga cabida en nuestra sociedad actual. Cuando los zapatos estén un poco sucios o «desmanguanados» se arrojan a la basura y se compran unos nuevos, que para eso tenemos dinero a punta pala y nos llueven los euros en forma de lotería niñera. En los países llamados del tercermundo la gente se dedica a los oficios más insospechados para salir adelante. No hay trabajo mezquino si éste se realiza con dignidad. Los cabrones suelen ser los mandamases que aspiran a humillar a sus súbditos. En los países de América Latina son muchos los que se dedican a lustrar zapatos para ganarse la vida, y no es ninguna deshonra. En México algunos limpiabotas o boleros de la Zona Rosa del Distrito Federal ganan más en una semana que un maestro de escuela en un mes. Hace unos días, paseando por la Baixa lisboeta, me encontré con un «engraxador de sapatos» a la puerta de Martinho da Arcada, famosa cafetería de la capital portuguesa, en la que Pessoa, cliente habitual, componía versos maravillosos. Soy José María de Oliveira y llevo 43 años en el oficio, me dijo mientras me mostraba su carnet profesional. Un hombre con una gran dignidad, que me alegró el día.