Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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NO SÉ si en Ponferrada y en el Bierzo todo habrá alguna persona más querida que Felicísimo, pero aventuro que no. Ningún político, ningún músico, ningún futbolista, ningún poeta dolorido y triste. Felicísimo era el portero del colegio de San Ignacio. Un hombre silencioso, pacífico y atento que dedicó cerca de cuarenta años a esa labor, a la que llegó siendo un hombre de cierta edad, venido de lejos, no sé bien de dónde, tal vez de alguna tierra llana y rural de la diócesis de Astorga, esa otra provincia a la que también pertenecemos los bercianos. Felicísimo estaba allí, eso es lo que mejor lo define. Estaba discreto y al fondo. Felicísimo en el portal del colegio, con el teléfono cerca, cordial y rey de las horas, ajeno a todo lo que no fuera el sosiego y la prudente rutina del hombre del campo que vive en la ciudad loca que era la Ponferrada de entonces, cuando yo lo conocí: urbe de barrizales y guardias civiles, de entierros estrepitosos y de familias de arrabal, recién venidas. Ciudad que luego mudó lo suyo ante los ojos intemporales de Felicísimo. Nos hicimos amigos de él. Mis hermanos también, mis padres. Era muy fácil hacerlo. Y durante unos cuantos años, por las Navidades, íbamos mi hermano Carlos y yo al colegio, también cuando ya no éramos alumnos, a llevarle al gran sabio una botella de coñac. Y unos días después venía siempre Felicísimo a casa a agradecernos el humilde presente, a charlar con nosotros. Y nunca nos sentimos más honrados en casa que cuando nos visitaba Felicísimo. Bien sé que lo que digo es verdad. Luego los tiempos cambiaron, muchos alumnos emprendimos aventuras foráneas, alguna disparatada, pero procurando siempre ser hijos de lo que sentíamos, de lo que buscábamos, de lo que no encontrábamos. Y todo lo que acabamos encontrando, y con eso bastaba aunque no siempre honráramos esos dones, fue la sencillez, la firmeza, la integridad, la memoria. Y por los resquicios de esa memoria aparecía muy de cuando en cuando el colegio, y con el colegio, claro, un eco remoto de Felicísimo, maestro supremo de esos valores que digo. Hace años que Felicísimo dejó su trabajo. Ahora vive en una residencia de mayores, por Fuentes Nuevas. Es un hombre que ha triunfado en esta vida en la que casi nadie lo hace. Y ha triunfado en lo principal porque decir la palabra Felicísimo es poner en marcha una sonrisa en quienes le conocimos. Una sonrisa de afecto, de legítima y humana añoranza. Y al fondo, siempre, un ruido de niños que juegan, y nosotros que siempre queremos ser esos niños.

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