Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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SUELE OCURRIR que uno elige un bar en función de la música que allí ponen. En el Bierzo, concretamente en Ponferrada y en Bembibre, son pocos los bares de noche que siguen una línea música determinada. Por no decir ninguno. O al menos uno no los conoce. Es como si la música no fuera importante. O no pareciera importarles a los clientes, que aguantan con estoicismo el ruido que les arrojan encima de sus oídos, suponemos que taponados. Aunque no sean bares especializados en algún tipo de música, podríamos reseñar los míticos Bellas Artes y Cocodrilo, y el Tararí y el Morticia en la capital berciana, además del Berlín y quizá el Colorete en Bembibre. Se habla de la televisión basura, de la comida basura y de algunas otras mierdas. Pero son pocos a los que se les oye hablar de la música basura, que en nuestra época es como el pan y el cáliz nuestros de cada día. Como en casi todo lo que se ha dado en llamar arte, lo que predomina son los sucedáneos, las malas imitaciones, el mal gusto. Y en muchas ocasiones ni siquiera se puede hablar de música, sino de ruidos más o menos empaquetados. Vivimos rodeados de mierda. Algún día, no tardando, acabaremos ahogados. A lo largo de la vida, uno se ha dedicado a escuchar músicas varias. Entre todas esas músicas, el flamenco nunca fue una de mis preferidas. Incluso podría decir que me resultaba insoportable a los oídos, tal vez porque uno no le prestaba suficiente atención, o seguramente porque lo que escuchaba también era un vil sucedáneo. Uno, por el hecho de ser norteño, está más familiarizado con la llamada música «celta», que quede en folclórica. Desde hace tiempo también me he sentido muy atraído por la música «zíngara». Sin embargo, el flamenco, que tiene mucho de gitano, no me enganchaba. No hay nada más que ver la película de Saura, Flamenco, y meterse alguna que otra sesión de flamenco en vivo para que uno acabe saboreando este arte musical, que en verdad lo es. Hace algún tiempo me di una vuelta por las famosas y turísticas cuevas del Sacromonte granadino, que aunque no sean los sitios más adecuados, si me ayudaron a presenciar algún que otro espectáculo de flamenco. Se me pusieron los pelos de punta viendo a los bailaores y bailaoras zapateando al ritmo desgarrador de los cantaores flamencos. Tiene el flamenco ese aroma de muerte que se te mete en las entrañas y te produce un agridulce contraste de emociones. Es el flamenco un arte para disfrutar en vivo y en directo.

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