Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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ACABO de dar una vuelta por Marruecos, país hermano por el que siento gran afecto, y en el que siempre me han tratado bien, a pesar de lo que algunos crean. He estado en cuatro ocasiones. Y cada vez descubro algo que me conmueve y me enamora. A lo mejor es que soy un marciano o un berciano con sangre árabe que se ha vuelto majara. Quien sabe. De momento no me he convertido en musulmán, pues las religiones, que seguirán siendo el opio del pueblo, se me atragantan. Incluso la católica me parece un «engañatolos». No resulta fácil, sin embargo, vivir en Marruecos al margen del islam, habida cuenta de que la religión, en este caso el Corán, impregna la vida social y política del país. Aunque no todo sea color de rosa en el «Morocco», lo cierto es que me encuentro muy a gusto en este país, cuya gente se muestra hospitalaria y amable con el visitante. «Soyez le bienvenu!», «¡bienvenido!», te dicen una y otra vez mientras se llevan la mano al corazón en gesto entrañable. Un gesto que a uno le apetecería hacer en nuestra tierra. También suelen preguntarte de dónde eres, y en qué lugar vives. ¿Madrid? ¿Barcelona? No, en León. Oh, Lyon. No, en León, en el noroeste de España, cerca de Portugal, precisas. Entonces, se te quedan mirando como con extrañeza. León, la bella desconocida, no es una provincia ni una ciudad que les diga mucho a los marroquíes que te vas encontrando a lo largo del viaje. Pero eso no importa. Sin que tú le saques el tema, te recuerdan el bestial atentado que tuviera lugar en Madrid para decirte que los musulmanes no matan a nadie, y se disculpan por lo ocurrido. Ni todos los musulmanes son terroristas ni todos los católicos son hermanitas de la caridad. No conviene generalizar en ningún caso. De lo contrario podríamos caer en un pozo sin fondo, con el peligro que ello conlleva. Las relaciones diplomáticas con nuestro país vecino del sur hace tiempo que están tensas. Esperamos que a partir de ahora se estrechen nuestros lazos de amistad y fraternidad, y establezcamos un diálogo con nuestras comunidades magrebíes y pakistaníes para prevenir la oleada de actos racistas que se nos vienen encima. No sería ético que pagaran justos por pecadores. De regreso a Algeciras coincidí, en el barco, con dos españolitas, enfermeras, que también me confesaron su simpatía por Marruecos, lo cual me convierte en un ser menos extraterrestre de lo que en un principio creía. «Nos sentimos mejor en Tánger que en Andalucía», me llegaron a decir.

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