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La Feria del Libro de Ponferrada está ubicada en la céntrica plaza de Fernando Miranda

Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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VIAJE en Alsa para que, con un poco de suerte, le obsequien un libro. Y viaje, a ser posible, un 23 de abril, aunque el viaje no sea al final de la noche sino un sencillo trayecto de Ponferrada a Bembibre. Sólo así logrará este regalo, que a uno siempre le entusiasma, máxime cuando se trata de un libro de Victoriano Crémer, estimado maestro al que seguimos con puntual regularidad en el Diario de León. Es Crémer un hombre lúcido, vital y con un gran sentido del humor, al que admiramos como persona y como escritor. El libro en cuestión se titula Parábola de Amalia «La Petarda». Me parece espléndido, amén de ingenioso. Me quedo sobre todo con esas páginas con sabor a epístola amorosa y guerrera, que le dedica a la tal Amalia, a la que «tanto le daba llamarse Amalia como La Mora», esas cartas que parecen en ocasiones más bien partes de guerra, según su autor, pues hablan de la guerra, de nuestra guerra «incivil», de la guerra entre hermanos, de nuestra España en llamas. «Que existan todavía, después de tantísimos pueblos sacrificados de tantos seres humanos destrozados, señores de la guerra es la prueba más clara de la miseria de la condición humana». «No soporto tanta miseria, tan bestial crueldad. ¡Es la guerra!, me explican». No me gustan las guerras ni los matarifes. Y los violentos me producen náuseas. Si el personal, en vez de hacerle la coña al vecino se dedicara a leer más libros a buen seguro el mundo marcharía mejor. Mientras nos dedicamos a leer, no estamos haciendo daño a nadie. Es bien sabido que cuando el diablo no tiene que hacer se dedica a «escarbar» las uñas. Leer, además de entretenernos, nos instruye. Leer es algo activo, creativo, voluntarista -nos cuenta Umbral-, lo activo, lo creativo, es leer, no escribir. Lástima que en nuestro país la lectura no sea algo habitual. No sólo no leen los niños en las escuelas ni los adolescentes en los institutos, sino que ya no leen ni estudiantes ni profesores universitarios. No hay tiempo, aseguran algunos, porque las prioridades son otras, claro está, aunque bien mirado uno no debería estar esclavizado al tiempo que otros le impongan. Lo fácil es tumbarse a la bartola, que ahí me las den todas. Lo fácil es permanecer pasivo ante los rayos catódicos de la irrealidad. Por otra parte, perdemos mucho tiempo haciendo el ganso. El tiempo tiene que seguir siendo la sangre del lector/escritor. Viaje en Alsa y aproveche el viaje para leer, porque sólo viajando y leyendo se purifica el alma y se espabila el entendimiento.

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