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Publicado por
MARÍA O. AÑÍBARRO
León

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AUNQUE con la llegada del verano se suele decir que el consumo de vino tinto baja, servidora es de las que les gusta consumir el vino de cualquier color según las propias apetencias del momento. No suelo pensar en las clasificaciones impuestas por no sé quien, en las que se recomienda que los blancos de deben tomar con pescado y en verano y los tintos con carnes y en invierno, pues mire usted, a mi me apetecen los vinos según tenga el día, y por el mismo motivo de mis propias apetencias no suelo dejarme llevar por las modas o por la temperatura. Imagino que el tema de que no se consuma tinto con la llegada de la canícula, se debe, a la transpiración por la cual necesitamos ingerir más líquidos y debido a la graduación alcohólica el vino no es el más recomendable. Este argumento les viene de perlas a las casas de cerveza, que ven incrementadas sus ventas en los meses de verano, en la misma progresión que los adeptos a la bebida foránea ven aumentar su abdomen. Son ya varios los publirreportajes que he leído en diferentes suplementos dominicales, que alaban las virtudes cerveceras, convenciéndonos de que la cerveza no engorda, que es muy saludable, explicándonos el secreto de sus elaboraciones, en definitiva que su consumo está rodeado de un halo de glamour a semejanza del vino. Miren señores cerveceros, de lo único que estoy segura, es que la levadura de cerveza es buena para pieles con tendencia acnéica, lo demás está por demostrar. Tomar unas «cerves» será siempre eso, un acto intrascendente y rutinario, en el que uno pide una cerveza sin pensarlo mucho y porque generalmente resulta menos gravoso para la economía doméstica que el consumo de vino, este último en clara desventaja, por la tendencia del hostelero a multiplicar los precios de cada botella por dos o por tres. Ante este aumento del precio, los del gremio argumentan a su favor, el gasto que supone el almacenaje y servicio del vino. Esto estaría casi justificado, si en lugar de tener las cajas de vino apiladas en un cuarto cuya temperatura media no baja de veinte grados, tuviesen una cava climatizada; en segundo lugar, si utilizasen unas copas adecuadas y no cualquier recipiente al uso, y por último, si contratasen a profesionales de restauración y no a camareros que siguen creyendo que el tinto hay que servirlo a temperatura ambiente y el blanco al punto de congelación. El consumidor reacciona de una manera lógica, prefiere la cerveza que es mucho más barata y reservar el vino para ocasiones especiales.

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