Crémer trabajador
PADRE, ¿porqué pegan los guardias?, preguntó el niño Victoriano Crémer, en la manifestación. Porque hoy es el día primero de mayo, hijo. La noticia de que Crémer ha aceptado, esta vez sí, la medalla al mérito del trabajo, la recibo mientras releo, lejos de León, un libro suyo, recuerdo y presencia de la UGT en León, que amablemente me envió con su cariñosa dedicatoria. Es un libro para conocer León desde abajo y desde dentro, no solo sus calles y remansos y monumentos, incluido San Marcos, sumidero de desventuras, piedra fina por fuera, por dentro de cardenillo, pero especialmente la intrahistoria de sus gentes trabajadoras, pecheros doblados sobre el surco y la esperanza, y que responde a esta pregunta: ¿se puede conocer una ciudad a través del mundo del trabajo?; se puede, si se cree en el pueblo como fuerza determinante de la historia. Entre aquellos leoneses, un niño nacido en Burgos y renacido en León donde se hace hombre, leal, serio, firme y decente como su padre, resistente y con la virtud milagrosa de la curiosidad, como su madre. Rebelde y perdedor, furia y paloma, nada rencoroso, siempre creativo, libre como un profeta, poeta total, que a punto de enfilar los cien años necesita seguir trabajando, después de haber trabajado durante toda la vida, como vendedor de periódicos, mancebo de botica, amanuense de escribano, tipógrafo y periodista, premio nacional de poesía, premio Boscán, premio punta Europa, premio ciudad de Barcelona de poesía castellana, premio Ondas, y otros. No es que se me resistan las palabras, es que no caben más en esta columna. Recuerdo un relato breve, una deliciosa ensoñación donde Pereira enamora a una rusa desconocida recitándole la salve, como entrante, y como plato fuerte y definitivo un poema de Crémer. Así cualquiera, querido Antonio Pereira. Debo confesar que antes de hacerme cargo de esta columna, los años y los meses pasaban volando, ahora pasan volando también las semanas, por eso valoro más la capacidad prodigiosa de Crémer para procurarnos, constante el alimento necesario de su inagotable creatividad. Te quejas, maestro de que empiezan a resistírsete algunas palabras. Nos pasa a todos, más o menos, pero piensa que con solo siete palabras don Marcelo llegó a cardenal, y a ti te queda todo el diccionario por delante. Qué medalla más merecida la tuya y que suerte para todos los leoneses por tenerte con nosotros. Ad multos annos.