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Publicado por
JORGE VILLA
León

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ESTAMOS EN julio, casi agosto, un periodo de vacaciones estudiantiles que para los que jamás aprobarán y disfrutan amargándose resulta muy provechoso. Existe, en todo Campus que se precie, una biblioteca para que los alumnos de las distintas facultades consulten manuales, completen sus apuntes con información de códices más especializados y, sobre todo, para facilitarles a los matriculados un lugar tranquilo y silencioso que les permita concentrarse en el estudio. Dependiendo de las fechas los encontraremos en tan sacrosanto lugar pugnando por coger un sitio para toda su tribu. La biblioteca universitaria de Ponferrada era una excepción a la regla y en épocas de exámenes se petaba de esforzados alumnos que pugnaban contra reloj por asimilar las materias por las que les evaluarían. Algunos apruebaban, otros no, ¡lástima! Sin embargo hay unos seres a los que yo considero raros y que por su comportamiento me apenan de tal forma que no me imagino que será de sus vidas el día que terminen, o no, la carrera y empiecen a currar. Algunos les califican como ratas de biblioteca pero esta acepción resulta imprecisa. No. Uno se refiere a esos que acuden todos los días a primera hora a la biblioteca sin tener en cuenta el calendario ni las evaluaciones. Siempre colocaban cuatro o cinco carpetas en distintos pupitres para guardar el sitio a sus queridos. Acuden a su primer hogar, la biblioteca, muy pronto y pertrechados de miles apuntes muy mal cogidos. Su kit de supervivencia en biblioteca: bocadillos, chocolatinas, lápices de todos lo colores imaginables para subrayar, tapones para los oídos... En el fondo con tanta mariconada no pegan un palo al agua y no van a clase pues si se ausentaran más de una hora perderían su sitio según esas normas imaginarias que ellos mismos se inventaron uno de esos días,. Siempre toman café en la máquina, jamás en cafetería pues les pilla demasiado lejos de su templo de culto. Comentan con sus similares lo bien que llevan el exámen que tendrán dentro de ocho meses o diez años. Un día conocí a uno de ellos y me pareció un paranoico. Perdió el año para dedicarse a dos asignaturas y si llega a pasar un segundo más en la «biblio», como él le llamaba, se convierte en mesa. No se presentó a los sendos ejercicios. Dice que le entraron los nervios. Falso, no había estudiado nada. Ahora esto ya no pasa, pues inauguraron nueva biblio, magna y luminosa, comodísima. Un sueño, por eso esta casi siempre vacía.