Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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CADA cinco años -lo tengo bien medido- los políticos provinciales, o acaso los regionales, o las dos escalas a la vez, anuncian con gran gozo que, por fin, ahora sí, se van a iniciar los trabajos conducentes a construir una carretera que conecte el Bierzo sur y la Cabrera. Los políticos hablan de presupuestos entonces, y de deudas históricas, y también de plazos, aunque esto último lo dicen con cierta prevención, o con mucha, porque enseguida vuelven a lo suyo, a la demagogia; a decir que se proponen unir a dos comarcas que viven de espaldas, como España y Portugal, siendo Portugal la Cabrera, y luego ya vuelven los mapas en los periódicos, el trazado que urge, las curvas que van a desaparecer, los desniveles que serán dulcificados, y esa referencia inevitable al Campo de las Danzas, donde colindan las dos comarcas: esa meseta pequeña y gélida que vi tantas veces desde mi casa, cuando no había edificios por el medio que lo evitaran. El Campo de las Danzas que mi padre me enseñaba, al tiempo que me decía que allí se juntaban gentes de un lado y del otro de la divisoria de las aguas, y cuánto misterio de belleza oscura había en todo eso, cuanta lejanía cercana, y ya casi la sensación de ser el Campo de las Danzas un lugar fuera del mundo. Un lugar que casi no existía, un campo imaginario, y eso que el Campo de las Danzas se veía desde la ventana de casa. En estos últimos días han vuelto a pasear la noticia: se va a hacer una carretera desde el Campo de las Danzas hasta el estrecho asfalto que une Pombriego con el aislado mundo de Saceda, Noceda, Nogar y Marrubio, cuatro lugares donde Cristo sí estuvo, ya lo creo que estuvo, porque Cristo era hombre de afición por las montañas, por los lugares abruptos y solitarios, hermosos y naturales. ¿Será esta vez la definitiva?. El escepticismo se impone de nuevo, pero también podría suceder que en esta ocasión no pretendan engañarnos. Podría ser, incluso, que dentro de dos o tres años hubiera acceso rodado y decente entre el campo de aquellos bailes y la villa de Santalavilla. Mas, ¿qué sería del encanto del Campo de las Danzas entonces? Se perdería en parte, pero habría otro campo muy remoto que valdría como nueva referencia y sueño: un campo de los danzantes donde se juntaban antaño los cabreireses y sus vecinos de occidente, las bravas gentes de Casayo y O Bolo, y ese nuevo campo también sería hollado un día por los políticos, después de mil promesas, y habría una carretera... y así hasta llegar al mar, que es el morir.

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