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Publicado por
ALEJANDRO J. GARCÍA NISTAL
León

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NO EXISTE CIUDAD en el mundo que se precie que no cuente con su Capitol. Famoso el de Tokyo por sus infusiones, el de Austin por sus bistecs de ternera gigantes, el de Whasintong cerca del Capitolio, el Club y el Hotel en París, Amsterdan... Ponferrada, cómo no, también cuenta con su Café Bar Capitol. Lugar de encuentro de malditos, ovejas descarriadas, críticos, cabezas pensantes, periodistas, actores teatrales, literatos, historiadores,productores audiovisuales locales. y hasta Baudelaire si viviera, todos, en algún momento se dan cita allí. Tarde de tertulia y café. Amas de casa y de sus reinos privados. Confesiones de mujer en voz baja, pasiones ocultas bajo la cotidianeidad. Famosas eran sus fiestas de Carnaval y Noche Vieja que, como sus partícipes, se han hecho mayores dejando el testigo de realizar la Revolución a sus vástagos más inquietos. Sin televisión pero con exposiciones temporales de todo arte que se precie a mostrar en el local. A media luz para que se oculte quien se quiera ocultar y se muestre quien se quiera mostrar. Salón de casa, patio de vecinos, rincón preferido para leer, hablar o pecar. No esperes encontrar tragaperras, porque aunque gusta el vil metal no se idolatra con esos miliares diabólicos. El Capitol no te busca, no te llama. No está situado ni diseñado para reclamarte o llamar tu atención. El Capitol es así, íntimo y mundano a la vez. Parece como si estuviese allí de toda la vida y participando de forma anónima en la historia de la ciudad. Y en la época de cascos antiguos, peatonalizaciones, rosaledas y demás, él sigue allí como testigo mundo de un devenir de los tiempos que lo hace inalterable y parsimonioso como su reloj de pared con números romanos y caja de madera. Al igual que Ulíses, el Odiseo homérico, todo ponferradino que se precie al volver a su patria chica, su Ítaca, retorna sus pasos al «Capi» para ver quién anda por ahí y reverdecer vivencias pasadas. Pero cuidado, no nos engañemos. No todo es nostalgia de un tiempo más bohemio, más humano, más claro. Hoy los jóvenes de antaño son los padres actuales que, con sus hijos, se dan cita en este particular santuario. Como si de una transmisión cultural se tratara, el Capitol se introduce en los genes, en el acervo cultural garantizando su futuro más cercano. Y entre vino y vino los huevos Kinder se abren paso en rondas y consumiciones.

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