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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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NO HAY nada más saludable que desenchufarse de la televisión durante las vacaciones de verano. Es como si te transformaras en otro ser, acaso más dinámico, dispuesto a saborear una realidad o ficción cercana, tu propia realidad, y no esa fantasía televisiva que te embrutece y te ayuda a envilecerte como persona. También resulta muy sano alejarse, unos días al menos de la tierra, incluso del país, porque eso te permite tomar conciencia de quién eres y dónde vives. A menudo tendemos a creernos el ombligo del mundo, que vivimos en el mejor de los sitios posibles. Vayas donde vayas, si te mantienes despierto, descubrirás cosas buenas y nuevas. En la medida de lo posible uno debe quedarse con lo bueno. Es por ello que viajar a otros lugares y aun a otros países nos invita a conocernos más y mejor. Viajar es no sólo una forma de conocer a los otros sino de conocerse y aun reconocerse. Uno descubre que no necesita la televisión para sobrevivir en este universo cainita, ni siquiera es necesario leer periódicos para estar al día. Basta con vivir esa realidad o aventura vacacional, que por lo demás es breve como el sueño de un pajarito en trance de vuelo. No es que uno sea un adicto a la televisión, mas cuando estás en casita, también enciendes la teletonta para ver lo que está ocurriendo en el mundo entorno, porque quieres estar en la onda. Y si uno no está en la onda, no participa en el banquete. Llegado el caso - esto no es ninguna tontería- se puede utilizar la televisión como narcótico, más que nada cuando a uno le resulta difícil dormir. Durante 27 días he tenido la ocasión de desenchufarme de la televisión, la prensa diaria y todo aquello que se vuelve rutina y vicio malsano, lo cual me ha dejado como nuevo. Durante estos días no he vivido ni sufrido, felizmente, una contaminación «massmediática». Me ha bastado con viajar de un lugar a otro y leer, a través de las ventanillas de muchos trenes, las páginas de los paisajes. Y sobre todo conversar con gente de diferentes culturas y lenguas en trenes, estaciones de tren, ciudades. Resulta bien estimulante viajar por esta Europa nuestra, tan variopinta, partiendo de Ponferrada en dirección a los Países Bajos, para luego darme una vuelta por Praga, Bratislava y Budapest hasta llegar a Bucarest. Esto es lo que tiene un viaje Inter Rail, que te permite hacer el draculín durante unos días en Transilvania, y, como si de un sueño se tratara, a los pocos días ya estás paseando por el Trastevere o visitando el «Centro Sperimentale di Cinematografia» de Roma.

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