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Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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TODAVÍA hay terrazas por las plazas. Hace un calor de verano y nadie guarda las camisetas de manga corta. Los planes nuevos esperan a los que siguen escribiendo el guión de sus vidas, la costumbre acecha a los establecidos en su escogida o aceptada rutina. Hay la calma para quien ama el otoño acogedor de una casa tranquila en la que estar a resguardo de las inclemencias del tiempo. Todos sabemos que este sol de septiembre es un «todavía» que puede ser un «ya» en cuanto nos levantemos una mañana y reconozcamos al viejo frío de siempre. Mientras tanto, los niños, que ya han empezado a madrugar, hacen como que el verano no ha acabado e insiten en quedarse más tiempo en la calle, porque aún es de día. Los hay que empiezan el instituto y se duermen pensando que ya son mayores, que la vida es suya y que no puede depararles más que el paulatino cumplimiento de sus sueños. Otros habrán de tener decidido a qué quieren dedicarse y andarán ultimando matrículas, o buscando un piso que compartir en una ciudad nueva y extraña, haciendo las maletas para irse a la universidad, a aplicarse o a no marcarla. Y están los que no quieren estudiar, no es lo suyo, a trabajar pues. Y el fracaso escolar en constante tela de juicio sin sentencia que establezca de una vez por todas si se trata de los padres o de los profes, si se trata de los niños o de los adolescentes o de la tele o de la reforma o de qué. Ya hace rato que se viene tratando el tema de los maestros avasallados y los alumnos desbocados. Vocación. Talento. Voluntad. Metas. Motivos. Obligaciones. Plan de vida. Organización. Verdadera importancia de las cosas. Todo desnombrado y viciado de tanto tratarse. Unos expertos lo estudian, otros lo comentan, y lo desmenuzan, y lo dividen e incluso lo multiplican dándole bombo. ¿Qué pasa? Pasan muchas cosas, y este tema no es más que una entre las consecuentes consecuencias del devenir de una sociedad. La diferencia generacional y el cambio en las costumbres y en la institución de la familia encabezan la lista de causas por las que se ha perdido el control. Y como siempre, el caso particular de cada uno, que habría de tratarse cuidadosa e individualmente. Es difícil, es un lío. Y lo peor es que en la mayor parte de los casos lo que se hace es jugar a la pelota caliente y colgarse las responsabilidades unos a otros, eludir la propia participación en el conflicto y dejar el caso lleno de agujeros. Confundimos influencia con culpa y huimos de ésta segunda con pavor.

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