Diario de León
Publicado por
JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
León

Creado:

Actualizado:

DEDIQUÉ una columna al último «abad» de Carracedo, Tirso Graciano de la Isla, de manos prodigiosas y corazón de niño, el que, entre todos los servidores de Cariacedo, más tiempo estuvo subido a los andamios, con el que compartí algún castigo, de niños, dando vueltas, en silencio, al claustro herreriano del Seminario Conciliar de Astorga, siendo obispo el Dr. Mérida Pérez, que venía del rectorado de una Universidad, y logró implantar allí un estimable nivel académico además de inglés y francés, desde los primeros años, allí se estudiaba en profundidad el latín y el griego y los alumnos de teología practicaban la archivología y el griego bíblico, aprendiendo a leer y escribir de derecha a izquierda con el alefato, familiarizándose con las raíces trilíteras de la lengua hebrea y su diversidad profunda con las raíces indoeuropeas. Con ese nada despreciable bagaje, Pedro Alonso de Arganza, sin abandonar sus tareas pastorales, ha escrito siete libros de investigación histórica, el último de ellos sobre la vida y milagros de los Abades de Carracedo, el monasterio berciano fundado por Bermudo II. De todo hubo en el monasterio de Carracedo, como en la viña del Señor, desde aquellos abades comendatarios, absentistas que sólo ejercían como recaudadores de impuestos y rentas que, como siempre, pagaban los campesinos pobres, -los comendatarios no pisaban los conventos, sino para comprobar que «el ojo del amo engorda el caballo-» y fueron una plaga funesta que sufrieron la mayoría de los monasterios españoles y otros, hasta los santos varones como el venerable Zacarías, de vida larga, azarosa y llena de merecimientos, o San Pedro Cristiano .natural de Rimor, o Diego Peláez que no quiso, según es fama, escribir los dulces versos de los poetas, siempre ocupado en castigar su cuerpo hasta reducirlo a servidumbre, o el también berciano San Florencio, el más grande de todos, flaco de carnes pero gran restaurador como Graciano o como el abad-arquitecto Juan López. Otros monjes de Carracedo, enemistados con el andamio, optaron, bien por vivir a su aire, o por la vida eremítica y el sosiego de la contemplación, según se mire, como San Gil, natural de Casayo, y su amigo Pedro Fresne , perdidos en la espesura de los bosques bercianos para, según sus hagiógrafos, verse libres del trato con los hombres. En la capilla de San Roque de Cacabelos, podemos ver al de Casayo, en relieve y con su hábito blanco, sobre la piedra inmortal.

tracking