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Publicado por
RAQUEL PALACIO
León

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CONOCIDO como «El terror de la hoja en blanco», síndrome consistente en confundir a la hoja con un abismo que llenar y acompañarse de la urgencia y la inseguridad para bajar a él. Antes escribía en cualquier momento del día, sin importar el tema ni la extensión de lo que se me viniera a la cabeza. Me soñaba publicando en forma de artículos algunas de esas ideas u observaciones. Ya había dejado de molestarme la decepción posterior por haber escrito tonterías que se ven con la perspectiva de más tiempo, más experiencia, más certezas. Pues bien, llega la oportunidad. Bloqueo. Tartamudeo. Dudas dudosísimas: Qué, cómo,cuánto. La oportunidad trae el espacio limitado, la incógnita toda la semana, el maldito y arraigado qué dirán. Y ya no escribo en cualquier momento del día ni se me quita una actitud vigilante de querer recaudar cosas válidas para el artículo de la semana siguiente, o ya pasado mañana... mañana!. Y yo sin decidirme. Lo importante, lo actual, lo urgente, lo válido, lo sentimental, lo mío, lo ajeno. «Pues vaya un paso adelante», dicen mis espectativas realizadas, «si esto va a ser a costa de la libertad y el desparpajo del bolígrafo que patinaba animada y seguramente...pues no sé qué te diga», dice una de ellas. Pero hay una razón. Sencilla, poderosa,inamovible: Estas cosas no se dejan escapar. Eso las lleva irremisiblemente al cajón de los fracasos. Se meten en él y murmuran una letanía de qués y cómos muy difícil de acallar. Y así, se me coló el cine Sil en la historia del batiburrillo de los cinco (seis) cines que hubo en Ponferrada. Decir que estaba en Flores (del Sil), y que Ana Belén y Víctor Manuel dieron en él un mitin tras el intento golpista de Tejero. Y así, escribí acerca de Bush y su reelección dejándome un dato crucial: sólo el 50% de la población estadounidense está censada; sólo el 30% de esos censados ejercen su derecho al voto. Y así, ofendí a Aniceto juzgando su caso por encima y escribiéndolo sin conocer de su boca lo ocurrido y lo vivido. Así, he ido posponiendo el momento de darte las gracias, Jorge Villa, por ser el artífice de mi oportunidad. Por ser mi profesor particular y gratuito, que evalúa, imparcial y sincero, mi prosa articulística. Su columna «mepirolauni» dejó sitio a estos cuatro gatos. Un valioso regalo, mi valioso amigo.

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