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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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LA EXPOSICIÓN de fotografías realizadas por Lacroix sobre Dalí y Gala es extraordinaria. Quienes os sintáis atraídos por la obra y figura de este catalán universal, no os perdáis esta muestra en el campus de Ponferrada. Descubriréis un universo fotográfico singular, y en ocasiones estereoscópico, en el que a través de un sistema de espejos tendréis la oportunidad de observar dos fotografías a la vez con la consiguiente ilusión de tridimensionalidad. Dalí, en su última etapa, pintó varios cuadros estereoscópicos: «La Escuela de Atenas y el incendio de Borgo», «Dalí levantando la piel del mar Mediterráneo para mostrar a Gala el nacimiento de Venus». La estereoscopia se refiere a las técnicas que nos permiten que cada ojo vea una imagen distinta logrando efecto de profundidad o 3D. Entre las técnicas estereoscópicas está el anaglifo, el método Cromatek o el Cross Eye. «Toda mi vida he utilizado la foto -asegura Dalí-. La pintura no es más que una foto en color hecha a mano, compuesta de imágenes hiperfinas». Dalí fue el modelo de español que supo venderse a sí mismo antes que su obra. Y en esto es un precursor de la posmodernidad. Un fanático y perfecto prototipo de español, como le dijera Freud. En la actualidad sólo vende aquel que sabe venderse, aunque su obra sea mediocre. Dalí, extravagante y surrealista, nos dejó una obra maravillosa. Aunque algunos críticos quieran convencernos de que era un capullo. Puede que lo fuera y aun un hijo de la chingada, sobre todo con su amigo Buñuel, mas esto no le resta importancia como artista. No sólo es uno de los mejores dibujantes de todos los tiempos, sino que es uno de los grandes escritores del XX. En cine colaboró con Buñuel en los guiones de «Un perro andaluz» y «La edad de oro». Y con Hitchcock en los decorados de la secuencia onírica de «Spellbound». Además de un megalómano con delirios de grandeza, tuvo algunas intuiciones científicas como que el centro de gravedad de la tierra está en la Gare de Perpignan. El matemático Thom, a través de la teoría de las catástrofes, se ha aproximado a Dalí, el Salvador de los «ismos» anárquicos, el inventor de una mística paranoica crítica, el artista-niño que a los seis años quería ser cocinero y a los siete Napoleón. Tanto le gustaban los delirios gastronómicos que llegó a comparar a Nueva York con un inmenso roquefort gótico. Y veía en el queso Camembert la metafísica del tiempo.