Relaciones pacíficas
DESPUÉS de un animado debate sobre el Título Preliminar de la Constitución Española en el renacido Teatro Benevívere, un alumno del Instituto Señor de Bembibre, o quizá del Alvaro Yañez, que es la misma persona pero distinto centro educativo, me preguntó si recordaba alguna anécdota de guerra en uno de esos viajes por el mundo. Confieso que me impactó la pregunta. Me ví de pronto rodeado de metralletas en el hotel de Kampala, luego en un taxi en Haifa, manejado por un conductor de tanque que esperaba una llamada para incorporarse a su tarea de guerra, más tarde en Papúa Nueva Guinea, durante el golpe de Estado de Buganvilla. Pero el aire más sucio y maloliente que he respirado en mi vida fue el del Congreso de los Diputados, tirado en el suelo junto al actual Presidente Marín, aire contaminado por el comandante Tejero y su cuadrilla de secuestradores de la soberanía popular. Todas las guerras son sucias y el aire de la guerra es como una lluvia de ceniza que apesta a muerte. No me extraña que un poeta tan sensible como Gamoneda, cuya poesía es pura música, diga que sigue percibiendo ese olor a muerte de la guerra incivil, que la guerra tiene la culpa de que su poesía sea áspera. Hace poco nos saludamos y charlamos brevemente en un encuentro casual en la calle Ordoño, esa tristeza serena en su mirada amable. Qué pena que no le han concedido el premio Cervantes, tan merecido y dicho sea sin desmerecer al ganador Sánchez Ferlosio, el lobo solitario y libre cuya literatura conocí y gusté hace años de la mano de Amancio Prada, amigo del alma, a raíz de las tertulias madrileñas en la casa de su ex mujer Carmen Martín Gaite, Calila para los amigos . Pero lo de Antonio Gamoneda había sido la alegría del año para todos los leoneses y otros, amigos de la paz, el buen entendimiento, la poesía pura y la buena música.