Diario de León
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RAQUEL PALACIO
León

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LA TELE da el primer aviso con sospechosa antelación. En la calle, dibujos a línea de bombilla. Turrón en los supermercados. Halo en las farolas y olor a navidad. Es posible que huela igual todo el invierno, a humos de escape enfriados, a fría burbuja contaminada; pero hay un matiz dulzón en ese frío cuando todo anuncia la nueva Navidemia. Al solitario le crece la soledad, si adivina sobremesas tras las ventanas encendidas. Al infeliz le acucia una urgencia de acabar con tanta tontería y tanta supuesta euforia. El católico adolecerá de ver que los tiempos olvidan la tradición. Los positivos sabrán sacar partido de cualquier manera. El cínico tendrá que hacer acopio de sonrisas. Los sinceros harán lo posible. Sólo un equilibrado puede superar día tras día de las blancas fechas sin un pelo de amargura. Y vuelta a repetir que la explosión de buenas intenciones para con el prójimo no debe limitarse a esta época del año, que funciona como un regalo más pero para la autocomplacencia. Muchos hemos sido niños que amaron la navidad y sintieron la emoción en la barriga de ser observados por los Reyes Magos, el calor irrecuperable de la inocencia arropada en casa. Lo que quede vivo de este recuerdo quizás sea lo único valioso que pudo aportar alguna vez la navidemia, este desenfrenado cúmulo de actitudes solidarias que se cuecen bajo el techo catedralicio de los centros comerciales. Un camarero en su local poco lleno un sábado a las 9 de la tarde, cigarro tras cigarro se pregunta dónde está la gente. «No te preocupes», dice una cliente, «Están todos en Carrefour». «Me lo pido», dicen cuántos niños a la vez frente a veinte minutos de anuncios previos a los Lunnis que se van a la cama. S.O.S., hemos dicho cuántos ciudadanos frente a tantas horas de comparecencias que nos escupen la magnitud del desastre político. Porque politiquear: Intervenir o brujulear en política./ Hacer política de intrigas y bajezas, viene así en el diccionario. Cuánto agradecerían nuestro huérfano sentido común y nuestra maltrecha seriedad que alguien dijera algo así como: «Estamos muy avergonzados por nuestra actitud. Tienen ustedes razón. Metimos la pata, no supimos asumirlo y se nos ha escapado de las manos. Sólo podemos reconocer nuestra incompetencia, pedir disculpas y decir que tenemos la humilde intención d respetarla concordia que debe primar en cada democracia». A ellos les afectará la navidemia y harán con ella un incentivo para su orgullo de perogrullo.

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