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Publicado por
JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
León

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LE recuerdo en el Otero de Corullón, compartiendo memorias de Africa y otras preocupaciones. Conservo sus libros, generosamente enviados y dedicados. «El país de la nieve», ese apasionado regreso a las neblinas genesíacas del Bierzo, es para mi un libro de cabecera Siento su muerte madrugadora, como la pérdida de un amigo y creador en la plenitud de su genio libre, enraizado en el Bierzo, enamorado del Bierzo. Cuando Antonio González-Guerrero me envió «Catulo en Malasaña», le dije que, al cumplir yo los catorce años, descubrí a Catulo, de la mano del profesor de latín. Don Manolín de Corullón, que al final de su vida me llamaba amigo, y lo éramos, ciertamente. La rígida disciplina que envolvía aquellos claustros de piedra helada, era de fondo y también de forma . No sólo una palabra más alta que otra era impertinente, lo impertinente era la palabra en sí, faltar al silencio. Imaginemos lo que sería alguna de esas expresiones escatológicas, al gusto y gana del desenfadado poeta de Verona. Pero don Manolín era un experto domador del latín, tenía mucha autoridad, todo sea por las humanidades, a aguantarse tocan, señor Rector. Ciertas recreaciones, que en cualquier otro contexto serían motivo de confesión, ponían alas a nuestros pies adolescentes, hacia la clase de latín donde compartíamos la cercanía de Cicerón, el gran lider conservador que identificaba derecho con seguridad, tan cariñoso con su hija Tuliola, su preferida, cómo se notaba en sus cartas, luego desencantado con las mujeres al fracasar su matrimonio («nos queda la filosofía», escribiría a un amigo , consciente de que en ese dominio no entrarían nunca ellas) y allí respirábamos el aire fresco y transgresor de Catulo, libre e implacable con el poderoso, loco perdido por Clodia, tierno, violento , satírico y mal hablado, admirado y temido por la alta sociedad romana de un tiempo irrepetible «donde Cristo no había llegado aún y los dioses ya no estaban». Sólo los patos del vecino jardín osaban interrumpir, a veces con estrépito, las lecciones magistrales de don Manolín, pero eran intocables , obviamente, los patos del Obispo. «Catulo en Malasaña «me llevó al reencuentro con Cayo Valerio Catulo, de la mano de otro amigo de Corullón, ahora desaparecido. Ojalá sea cierto que un día podamos ver sus ojos, ya de piedra, en el Otero de Corullón , posados en el Burbia.