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Publicado por
RAQUEL PALACIO
León

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ÉRASE que se era un bar con fiel clientela. Érase que el local tenía solera. Cuando esta ciudad creciente era conocida por el apodo cosmopolita y próspero de «ciudad del dólar», allá por principios del siglo recién pasado, el local en cuestión había sido el «Banco Urquijo Vascongado». Aún se conservan las siglas en la verja blanca de la ventana, BUV, y la forma de la barra, cuadrangular, que debió de tener cristales con ventanilla. Y el despacho del director, convertido en reservado recogido y adecuado a quedarse en él cualquier mañana, o tarde, o noche, con el castillo al otro lado de las cristaleras de la galería. Tres dueños tuvo el negocio antes de que el diseño, arte caprichoso, propuesta multifacética, borrase de un plumazo la madera cálida, los radiadores grandes y embellecidos a bajorrelieve, las baldosas de mármol cada una de sus padres, un escenario ideal aunque prohibido por decreto municipal, lo blanco de la luz natural y las molduras enmarcando el techo alto. Obra que tuvo en vilo a todos los que frecuentábamos el Edesa, a todos los que nos llevamos un disgusto cuando el rumor de que a Nina no le renovaban el contrato de alquiler resultó ser cierto, a todos los que fuimos haciéndonos a la idea mientras se acercaba implacable y real el día de la despedida. Memorable noche con su amanecer confuso y raro de asimilar como último. Los nuevos inquilinos se han traído a una muchedumbre que irrumpe juerguista y fastidiosa en los vecinos tranquilos de la Plaza de La Encina, que nunca conoció movimiento semejante; y la dueña del local, que vive encima, echa de menos los tiempos en que ganaba menos y dormía más. Llueven las denuncias y por añadidura, remate exagerado, declaran el Casco Antiguo «zona saturada», ya no más bares. Perdón, ¿han visto el de León?, ¿el de Santiago?, ¿el de Logroño?. Es mentira que esté saturado aunque se le pueda apetecer a algún perjudicado. En fin. Los asiduos a la barra, o reservado, o mesas con patas y pedal de antiguas máquinas de coser, que iban a encontrarse con su segunda familia, a veces primera, en el Edesa de las mañanas con Nina, o Cruz, las tardes con Mayte y las noches con Espe, se dispersaron hacia lugares suplentes. Hasta que, hace una semana, todos acudimos, necesitados de esa cotidianidad familiar, a la cita con el profesor Moriarty, café nuevo, página nueva y desde luego los mismos de siempre.