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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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A LOS bercianos nos entusiasma comer. No más que a los gallegos, nuestros primos hermanos, que se pasan el día zampando, pero estamos en la línea, eso sí, sin guardarla. Tampoco nos preocupa mucho guardar la línea. Aunque en estos tiempos en los que se cultiva el cuerpo, que no el espíritu, hay quienes procuran no abusar de los alimentos, no vaya a ser que no encajen en el modelo social. El modelito por encima de todo. Conviene estar en forma y sobre todo dar buena imagen, imagen de esbeltez, aunque a uno se le salgan los huesos por todos los costados, y los síntomas de anorexia, que por lo demás es una jodida enfermedad mental, empañen el rostro. La imagen, en esta época de falsas apariencias, cuenta mucho de cara a la galería social. Al berciano suele gustarle la comida con grasa, y también picotear entre horas. La ronda de vinos, tan habitual en los pueblos y aun en Ponferrada, está acompañada de pinchos. Y quién se resiste a unos pichitos. Ahora salta la noticia de que la tasa de obesidad de los bercianos es una de las más altas de España. No nos extraña. De tanto comer uno acaba cual cerdo de San Martino, como un fodre o fudre, luego de ingerir tocinamen a discreción. Al berciano, además, le encanta el gocho, que es comida sabrosa pero con mucho unto. El botillo ya se vende allende nuestras lindes como seña de identidad. Se me ocurre que un berciano en tierra islámica lo pasaría mal, más que nada por la comida, pues al faltarle el cocho, se quedaría como una sílfide. Ni ejercicio, ni meditación sufí, ni dietas sofisticadas, sólo con dejar de comer guarro nos bajaría la panza. El cerdo es, amén de algo prohibido por el islamismo, una comida poco saludable y nada afrodisíaca, me llegó a decir un musulmán, bien avispado. Que lo prohiba su religión no deja de ser un absurdo. Véase sino el ensayo del antropólogo Marvin Harris, «Vacas, cerdos, guerras y brujas». Pero pudiera ser que de tanto ingerir cerdo sí se nos bajaran las pasiones. A uno, en todo caso, le resultaría muy difícil no entrarle al jamón, aunque este no sea de pata negra, y aunque mermara nuestra libido, suponiendo que esta teoría fuera cierta. Antaño el berciano de a pie también le daba al tocino, que por cierto estaba por las nubes de caro. Entonces no había problemas de obesidad. En aquellos tiempos el personal trabajaba de sol a sol, y aunque tomara el caldo con unto, y comiera tocino cocido como plato principal no padecía ningún tipo de gordura malsana.