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Publicado por
RAQUEL PALACIO
León

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HOLA, me llamo Juan, y estoy más triste que enfadado. Creo que se debe a que soy el mismo niño expectante que ha crecido, que ya pasa de los veinte, que ha acabado su carrera y ni estoy donde soñaba estar ni como quería estar, ni soy un cuarto de lo feliz que esperaba ser, ni ha venido a verme todavía la prometida satisfacción de ser mayor y haberme formado. Digo todavía porque, quizás en vano, sigo esperándola. Quizás debiera obviarla y así vendría, pero cierro los ojos en profunda concentración y cuando los abro todo sigue igual. He probado los placeres de la filosofía, eufórico y seguro de mi criterio creí descubrir la verdad oculta detrás de la verdad. Luego me enteré de que a eso le llamaban filosofía barata, y que, con o sin ella, barajando verdades cualquiera, propicias o duras. Estaba una vez más (y estoy) en el mismo sitio: dentro de esta desilusión que es ir cumpliendo metas y años o, lo que es lo mismo: destapando mentiras que me vieron crecer, inocente y confiado, directo a caer en la trampa. Albergué la intención o la esperanza de ser diferente, albergo la intención o la esperanza de no contarles a mis hijos las mismas patrañas que me contaron a mí, aunque temo que tengan razón quienes dicen «ya verás», como si fuera irrefutable mentir a los niños para educarles. Aquí llegamos al miedo y las costumbres... en resumen: la superstición endógena de nuestra conciencia acomodaticia e inércica. Por otro lado, dudo sobre la ética de traer gente a este mundo loco y desorientado. Pero, sincerándonos, sospecho una cosa: si no hubiera hecho una carrera y fuese un currante o un autodidacta, si me hubiera casado con aquella chica ideal, si hubiera hecho la maleta y estuviera por el mundo adelante, sentiría la misma desazón, pensaría los mismos peros, pondría la misma cuestión en la balanza: «¿Qué hago?». Pensé que el famoso arrepentimiento ése, no el de los errores, el de las cosas que no se hacen, llegaba pasados, más o menos, los cuarenta... pero yo no llego a los treinta y ya me pesa no haber hecho cualquier otra cosa que no sea lo que hice. Tengo amigos, es lo único que tengo. Compadezco a quien no pueda o no sepa o no quiera tenerlos. No sabría decir exactamente por qué merece la pena ser amigo mío, pero descanso tranquilo en la elección y la confianza de cada uno de ellos. Soy Juan, y me gustaría estar más tranquilo que contento.

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