Policías
EL policía Rafael del Río ha sido nombrado Presidente de Cáritas España. No he seguido la trayectoria personal, en los últimos años, de aquel exseminarista de Palencia a quien conocí como Director General de la Policía, siendo ministro mi amigo Pepe Barrionuevo. Conservo un reloj que me regaló, como recuerdo de un caso personal mío. Dicen que es hombre de arraigadas creencias cristianas, especialmente preocupado por los problemas de exclusión social de los jóvenes. Cuando, años más tarde, el ministro Belloch me planteó la posibilidad de incorporarme a su equipo en Interior, le expliqué mi actitud mental derivada de aquella cultura de la izquierda, muy extendida durante la dictadura, con la que yo me identifiqué desde que tuve uso de razón política, que me incapacitaba, pensaba yo, para mandar a las fuerzas de seguridad del Estado. Belloch me dijo que cuando los tratara de cerca, ya hablaríamos. Luego vendrían las maratonianas jornadas de trabajo en la Junta de Seguridad de Pontevedra, al lado de aquellas personas cultas, profesionales, demócratas, el salario corto, la jornada larga, la lealtad total. Hoy seguimos siendo amigos en la distancia, algunos ocupan altas responsabilidades en el servicio. Muy lejos queda ya aquella policía de la dictadura, educados en la obediencia ciega, seguros en la impunidad, del perfil de los nuevos policías a quienes enseñan en Ávila la proporcionalidad en el uso de la fuerza, el rechazo a la obediencia debida como excusa, que es tanto como decir que cuando Antígona, obrando según su conciencia, dio sepultura al cadáver de su hermano Polinice, desobedeciendo el decreto del rey Creón, hizo lo que debía, o que el derecho radicalmente injusto no es derecho. Nada que ver con aquel policía de Ponferrada que tantos dolores de cabeza nos dio a algunos, que dedicaba más tiempo a perseguir demócratas que a detener delincuentes, hasta el punto de que uno de sus agentes aseguraba, en privado, haber conocido a muchos delincuentes, «pero ninguno como este jefe nuestro». Hoy España es un espacio de libertad al máximo nivel; quienes siguen empleando el antiguo lenguaje de «cuerpos represivos» deberían revisar sus relojes. Lejos de mi, sin embargo, el maniqueísmo de ver la vida como una película de buenos y malos, que de todo hay en todas partes. Como aquel a quien pidieron su opinión sobre los chinos, respondería, precavido: «no sé, no los conozco a todos».