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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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DE VEZ en cuando conviene acordarse de aquellas personas que, aunque no figuren en el hampa de los famosos y faranduleros, son gente extraordinaria. No sólo lo que sale en la teleboba y lo que vemos en los medios de comunicación de masas es lo que existe. También hay seres que viven y sienten y realizan grandes labores y no por ello son menos importantes. Cada día desconfío más de lo fenomenal y de esos tipos que, bajo el disfraz de lo meloso, pretenden clavártela en todo el meollo del cogollo. Cada día intento acercarme más a esos seres que rebosan humanidad por todos los poros de sus almas, capaces de emocionarte con el recuerdo de sus vivencias. Suelo comprar el pan en un horno de leña, que está cerca de mi morada ponferradina. En estos tiempos, en los que la realidad se torna aséptica y electrificada, resulta difícil encontrar hornos de leña. El progreso, que tanto gusta al personal, nos ayuda en ocasiones a alejarnos de las esencias. Es el precio del progreso. Compro pan, bollería, empanada y a veces leche en esta panadería no sólo porque me queda al lado, y me gusta lo que allí se hace, sino porque hay un hombre, el señor Emilio, dueño del establecimiento, que me parece una gran persona, además de un buen conversador. Me ilusiona hablar con este señor porque siempre me cuenta algo interesante. Interesante y emocionante. A veces se me pone la carne de gallina. Algo que no ocurre a menudo, ni siquiera con gente que, aunque se crea la mamá de los pollitos, no cuenta más que insustancialidades. El señor Emilio vivió esa posguerra de miseria y brutalidades, que tantas veces he oído en boca de mis padres. En el fondo, el señor Emilio me recuerda a mi padre. Es una de esas personas trabajadoras, incansables diría, con esa honradez y ese buen carácter, que en el transcurso de los años han dado paso a la perfidia y la mala hostia, el retorcimiento y la ansiedad llevada el extremo del infarto. Hay que andar con lupa para toparse con la verdadera nobleza. Me da la impresión de que la nuestra es ya una generación de gente sin espíritu de sacrificio, incapaz de afrontar las adversidades como lo hicieran, sin ir más lejos, nuestros padres. Y esto no es lo más grave. Pues las nuevas hornadas de jovencitos parecen como salidos, casi todos ellos, de un útero hecho de sangre azul y pijería, que por momentos nos llega a asustar. Si es esto lo que se nos viene encima, apaguemos el candil y encendamos, si nos dejan, un cirio pascual.