| Entrevista | Gonzalo Villamarín Barredo |
«No podía respirar, sólo movía un brazo y lo único que tocaba eran trozos de gente»
El deporte ayuda a este berciano de 47 años a recobrar la ilusión por vivir. Aquella mañana acababa de subirse en Atocha al vagón del tren en el que explotó la bomba
La imagen de Gonzalo Villamarín Barredo recorrió las contraportadas de muchos diarios e informativos televisivos en vísperas del aniversario del 11-M. Exudaba felicidad tras haber cubierto diez de los cien kilómetros de la carrera pedestre de Madrid. El capitán Villamarín, un deportista nato, es una de las muchas víctimas del atentado que lucha a diario contra los recuerdos y contra las secuelas físicas de aquella trágica mañana en Atocha. Nació hace 47 años en Vega de Valcarcel, aunque muy pronto se trasladó a vivir con sus padres a Ponferrada. Estudió hasta los 18 en el Gil y Carrasco y luego en el colegio San Ignacio, momento en el que se fue para iniciar su formación en la Academia Militar. «Vuelvo al Bierzo», afirma, «siempre que puedo». Los dos últimos días los ha disfrutado en la capital berciana con su familia. -El pasado viernes 11 se cumplió un año de la tragedia ¿Qué hizo ese día? - Dediqué toda la jornada a estar con mi familia y a pasear por la sierra de Madrid para tratar de aislarme un poco de todo el mogollón que se avecinaba. -¿Le resultaron más dolorosas todavía las fechas previas a la efeméride con todos los medios recordando los sucesos de aquella jornada? -Recordar siempre es doloroso, lo que pasa es que los recuerdos en sí yo los tengo presentes continuamente. No es que esos días fuesen peor que los días normales. En mi caso los medios de comunicación me han estado acosando por el tema de la carrera y ha sido un poco peor, pero poco. Los recuerdos esos los revivo continuamente. No duermo a gusto ningún día... -¿Qué es lo que más le ha quedado grabado de aquella mañana fatídica en la estación? - El 11 de marzo del año pasado yo me dirigía como todos los días a mi trabajo. en el Cuartel General del Ejército. Realicé el transbordo en Atocha; monté en el último vagón, y fue montarme, agarrarme a la barra central y producirse la explosión. A partir de ahí, el horror, un dolor inmenso, tirado en el suelo sin poder moverme... -¿Sintió que se le escapaba la vida? -Sí, sí... Porque no podía moverme, no podía respirar porque tenía todo el pulmón reventado, lo único que movía era un brazo, y lo único que tocaba eran trozos de gente a mi alrededor. -¿Y aparte del enorme sufrimiento físico, su mente llegó a pensar en algo más en esos instantes? -Por supuesto. En la familia. Y después de una espera interminable, al menos para mí, pues pasó por allí una persona y dijo: Venid aquí, que aquí hay uno vivo . A partir de ese instante mi mentalidad ya era otra. -Precisamente. Antes tenía su trabajo, una serie de intereses, de prioridades. ¿Cómo han cambiado todos esos órdenes vitales? -Hombre, ves la vida más tranquila y todo lo material de una forma diferente. Ya no te tomas como prioritario el que estés pendiente de pagar una letra, sino el vivir cada momento al máximo posible. -¿Ha sido más traumático el año transcurrido o la estancia en el hospital? -Yo en el hospital estuve en la UVI siete días, y después quizás otro mes. En ese mes yo veía que no me iba recuperando, y en el tiempo en casa mi recuperación ha sido muy lenta muy lenta; tengo muchas secuelas. Pero bueno, la ilusión por hacer la mayoría de las cosas era superior a todo el dolor. Esto es lo que me ha motivado para seguir adelante. -¿Cómo se encuentra actualmente? -He perdido el oído izquierdo. Un cincuenta por ciento del oído derecho para algunos sonidos. Tengo quemaduras en todo el cuerpo, aunque se me han quitado mucho sobre todo en la cara... Cicatrices por todo el cuerpo, heridas de metralla... Sigo teniendo las plantas de los pies dormidas, fuertes dolores en el pecho y en la espalda, y sigo un tratamiento siquiátrico. -Y odio. ¿Siente odio hacia alguien, hacia los autores? - No, odio no. Sientes rabia, impotencia por no poder solucionar las cosas, pero odio, odio, no. -Ni siquiera desconfianza o cierta fobia cuando monta en el tren, en el metro -Hombre, yo me monto en el tren y voy acojonado, preocupado. Recelo de la gente, porque aquí en Madrid hay mucha inmigración árabe, y ya no sabes quién es el bueno o quién es el malo. -¿Se siente confundido? -Sí, claro. -Menos mal que parece que le queda el deporte. ¿Qué papel está jugando en su vida, en su rehabilitación? -Yo antes del atentado mi vida se la dedicaba al deporte. Era corredor popular de largas distancias, de maratones y de cien kilómetros. Me dedico mucho al deporte de orientación. Soy presidente de la Federación Madrileña de Orientación. Esta ilusión por el deporte es superior a todos los dolores que tengo. Y estoy muy limitado, pero al menos cuatro días a la semana voy a hacer ejercicios de rehabilitación y a entrenar un poquito. Eso fue lo que me llevó a afrontar el reto este de los diez kilómetros el otro día en Madrid. -Se refiere a su participación el pasado día 6 en los 100 kilómetros Pedestres Villa de Madrid. Lo trataron muchos medios de comunicación de ámbito nacional como si fuera una especie de héroe popular. ¿Cómo resultó íntimamente? -Para mí fue realmente muy emocionante. Además, arropado siempre por una gran cantidad de amigos que estuvieron allí. Gente de mi club, de otros clubes, corriendo a mi lado, renunciando a su competición y yendo a mi ritmo durante esos diez kilómetros.