La casa del Caracol
PUES nada, que seguimos en la superficie de las cosas, haciendo caso de las injusticias cuando la conversación lo requiere, o cuando cierta conciencia benevolente o culpabilidosa nos lo pide como favor de atención, o cuando de autodefinirse se trata. Todos somos tolerantes, todos igualitarios, todos abogamos por el mejor funcionamiento de las cosas, nos echamos las manos a la cabeza al saber de una barbaridad de variable nivel. ¡Cómo han podido!, ¡Pero a quién se le ocurre!, son frases que ayudan a barrer la propia participación o vista gorda sobre pifias y chamullos y vergüenzas que todos, nadie se libra, tenemos cerca. Cierto es que en ocasiones nada puede hacerse, por falta de medios, por hallarse en peor situación todavía que el compadecido de turno, por no saber. Pero hay veces (muchas, si se quisiera, si nos levantásemos un día con la determinación firme de poner nuestro pequeño, fácil, ligero, simple, propio grano de arena) que sí se sabe, sí se puede. Y no se hace. Las Instituciones: las conforman personas. Estas personas, como un albañil, quieren su horario y su descanso. Y no quieren comprometerse a nada más que lo estrictamente necesario.(Perdonen la generalidad los comprometidos o solitarios navegantes en el mar de indolentes). La política: intereses poco más allá de la popularidad, sea el bando cual sea.(Perdonen los mismos de antes). Caracol: molusco de ojos sensibles que se encogen con una caricia o asociación de afectados por el V.I.H. que lleva once años sin cáscara propia, legítima, definitiva, estable, adecuada. 90 socios en estado nómada por un desierto de trámites, de cinismo enraizado que utiliza las opiniones ajenas para explicar un desplante, un no, un portazo en las narices. Quizás algún vecino del barrio de San Ignacio, algún padre o profesor del C.P. Navaliegos, algún inquilino del edificio de General Vives donde actualmente les toca desmontar campamento por orden judicial, algún capacitado para darles asilo o bases o garantías tengan pase para los micrófonos de oro. Sepan que se suspende una de las actividades que habría de tener lugar, que los pacientes(o resignados) Caracoles querían hablar y se les ha «aconsejado» que no lo hagan. Además de desplazados, agradecidos por el hueco en El Toralín, no vaya a ser. Presuma de «progre» la cara de esta ciudad que crece en kilómetros de ladrillo, bloqueada en el cemento de la ignorancia, valiente intrusa en la casa de un humilde Caracol.